¿Cuándo dejamos de comunicarnos? Es que podemos recordar que hubo tiempos en los que las personas intercambiaban las palabras como los albañiles, que se pasan de mano en mano los ladrillos y estos se acumulan para formar hogares y talleres. Estamos seguros de que ese vibrar del aire que llamamos palabras significaban, es decir llevaban contenidos al oído de los otros y estos se asimilaban como alimentos, y volvían recargados de sentido para ser nuestro alimento, y así vivíamos, y así moríamos, mientras que ahora morir ya no tiene significado, porque quizá este silencio empezó justamente cuando negamos el sentido a la muerte. Sin embargo, permanece la interrogante, ¿cuándo perdimos la posibilidad de entendernos? En todo caso, hace muchos años, aunque para los ancianos, que acumulan décadas, treinta o cuarenta años parezcan una bagatela y el siglo anterior nos parezca que se fue “recién no más”.

Decimos que leemos los labios, pero estos permanecen cerrados, tanto para la palabra como para el grito y el beso, abriéndose solo para el mordisco y el bocado.

Sí, recuerdo cuando decir polvo, capulí, bizcocho, pantalón, muñeca, libro, pesaba y la palabra parecía contener la asfixia, el color negro, el dulce. Pero en cierto punto que no consigo identificar, simplemente sé que hubo un momento en el que nos dimos cuenta de que césped, floripondio, viaje, montaña, balón, ya no eran lo mismo, aunque seguían siendo iguales, verdes, perfumados, inalcanzables, redondos. Fue como atribuir a murmullos indescifrables, la cifra de todas las cosas y sugestionarnos para creer que nos entendíamos. Perdimos el habla, perdimos las hablas y decimos que hablamos. A medida que avanzo en este texto aumentan incontenibles las inflexiones del verbo parecer, todo parece, es parecido a, y si no llego a decirlo es por un esfuerzo para evitar la redundancia, aunque sea inevitable redundar en esto del parecer, porque cuando nos desviamos fue en la época en que empezamos a creer que el parecido, el aparecer, el parecer, eran lo mismo que el ser, que el estar.

Y después ya no nos llegaban ni siquiera los murmullos. Decimos que leemos los labios, pero estos permanecen cerrados, tanto para la palabra como para el grito y el beso, abriéndose solo para el mordisco y el bocado. Entonces nos orientamos según parece que están diciendo o según dizque dicen, por eso ahora solo validamos lo lindo, lo divertido, lo aburrido, lo correcto, sin contenidos, puros vocablos de género neutro y sabor a humo. Fue por eso que muchos emigraron hacia las multifamiliares del hielo, o se aislaron en el blanco palacio de los intocables, o se ocultan en las grutas de la cordillera de cristal, o se encierran en la cámara insonorizada de la muerte, mientras que otros se lanzaron despavoridos por los riscos del nevado de la furia con la esperanza de que en el trayecto hacia el suelo les crezcan alas. Los que se quedaron construyeron coliseos con muros decorados con frescos incomprensibles, dentro de los cuales multitudes que han perdido la voz, ladran o balan, se postran ante sacerdotes a los que una semana adoran y otra desprecian. Se han extinguido el musgo, la piedra, el llamingo, la colada y los vapores que surcaban los mares. Solo nos quedó la niebla y esperando allí estaba el silencio. (O)