En la historia de la humanidad es usual pretender singularizar la responsabilidad de circunstancias negativas en una persona, que puede tener parte de la responsabilidad, pero no es que singularmente él sea “el culpable”.

De la historia de la patria cito lo referente a la ruptura del liberalismo en el poder en la primera década del siglo XX. Cuando para el liberalismo antialfarista la única forma de controlar a Eloy Alfaro era su reclusión en el Panóptico de Quito, lo detuvieron en Guayaquil y lo llevaron a Quito. Y se armó el asalto al penal, asesinaron brutalmente a Alfaro y a sus compañeros, arrastraron sus restos al Ejido y les prendieron fuego, el 28 de enero de 1912.

El Protocolo de Río de Janeiro del 29 de enero de 1942, para la desocupación de parte del territorio ecuatoriano por parte del Perú –ocupado en la invasión de 1941– no fue de responsabilidad singular del entonces presidente Carlos Alberto Arroyo del Río, sino consecuencia de varios errores y pasos en falso, por décadas, de la relación de límites entre Ecuador y Perú. Con la revolución del 28 de mayo de 1944, no solo se tomó e incendió el cuartel de carabineros de Guayaquil, calles Chile y Cuenca, sino también la casa de Arroyo del Río; y, en la Casona de la Universidad de Guayaquil, retiraron y quemaron el retrato de Arroyo, rector por años de esa casa de estudios, retrato que fue colocado otra vez el año 2000. Que Arroyo como presidente cometió errores, claro que sí, no solo en cuanto al conflicto con el Perú.

Solo quejarse y sindicar posibles responsabilidades no es suficiente.

Lo menciono por el castigo que para la población ecuatoriana significa el corte de horas del servicio de energía eléctrica, que se agrava cuando incide en cortes de otros servicios, de agua potable, de comida en perjuicio de los múltiples establecimientos y de otros emprendedores que sus ingresos dependen de poder vender lo que producen u ofrecen, y de quienes son demandantes, y de otras formas de producción, comercialización y servicios, a más de afectarse a la calidad de vida y del riesgo de daños de equipos del hogar.

En el simplismo, la culpa está en el presidente Guillermo Lasso y su gobierno por la falta previsión por el riesgo de estiaje agudo que se veía venir. Al margen de esa circunstancia, la realidad es que la responsabilidad también está en los anteriores Gobiernos que contrataron las inversiones del sector eléctrico con sobreprecios, porque en la contratación estaba el negocio, sin asumir decisiones que debían significar la calidad de los servicios para el corto, el mediano y el largo plazo, en sus diversas fuentes.

Tanto Lasso, en los días que faltan para la entrega del poder, como el presidente electo, Daniel Noboa, en las conversaciones que pueda tener, deben priorizar requerimientos a Gobiernos y empresas para fuentes de generación eléctrica con la visión de lo inmediato y de evitar que se repita el riesgo en los tiempos que vienen.

Solo quejarse y sindicar posibles responsabilidades no es suficiente.

Siempre omisiones y errores aparecerán en vitrinas de los Gobiernos, más que los aciertos que se hayan dado. A no olvidarlo. (O)