El 9 de febrero pasado se declaró oficialmente el inicio del periodo electoral 2025, año en que se elegirá presidente y asambleístas. Históricamente, y para pesar del país, son etapas de confrontación.
Los partidos y movimientos políticos han iniciado los procesos denominados de democracia interna que en realidad son de formalización de postulantes. En paralelo, el rompimiento del Gobierno con los que fueron sus aliados en el Legislativo, al inicio del régimen de Daniel Noboa, –y otros sectores– se vuelve más agresivo, al punto de que desde el Ejecutivo se hable de que tres bancadas le han “declarado la guerra”.
En una pugna de poderes el mayor perdedor es el Ecuador. Fruto de una hostilidad política ahora mismo se está completando el periodo para el que fue elegido Guillermo Lasso. La muerte cruzada declarada por él cesó a la Asamblea Nacional y adelantó elecciones.
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El canibalismo político ha sido uno de los grandes enemigos del progreso de Ecuador y aunque la historia evidencia que la inestabilidad y la ingobernabilidad lejos de resolver los problemas los agravan, todo indica que una nueva tormenta se ha iniciado, aupada por la cercanía de las elecciones generales del 2025.
El derecho a discernir en un país democrático debe defenderse. Hacer oposición transparente tampoco es cuestionable. Lo que sí censurará y juzgará la ciudadanía en las urnas es a quienes antepongan sus intereses a los de la población, a quienes en medio de una pugna busquen beneficiarse sin medir los efectos que al final se sufre como país.
Ecuador enfrenta a una delincuencia organizada indolente y una crisis económica en la que conseguir empleo es casi un privilegio. No puede haber tregua en la lucha por solucionar al menos estos dos grandes temas. Ni el Gobierno ni la Asamblea tienen derecho a distraerse en rivalidades ante los enormes desafíos que asumieron en un periodo corto que conocían.
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La historia del Ecuador no puede seguirse escribiendo a base de canibalismo político. Ya no más. (O)