ARGENTINA

Qué difícil resulta para una persona con experiencia técnica en un área el poder balancear las aristas políticas que cada decisión conlleva, y lo mismo de manera inversa, para un político tratar de balancear las decisiones considerando las opiniones más técnicas. Dificultad que se torna aún mayor cuando se gobierna desde el elitismo del poder (unos pocos tomando las decisiones trascendentales), como pasa en nuestro país, dejando sin piso técnico muchas decisiones que al final hacen la diferencia al momento de evaluar las buenas políticas públicas de aquellas que simplemente pasarán a la historia como grandes gastos mal invertidos.

Recientemente me tocó escuchar en Buenos Aires las visiones de seis países de la región en torno a un tema específico (el dar una computadora a cada niño como política educativa), lo cual permite, entre otras cosas, tener una visión general (más allá del tema mismo tratado) de cómo cada país va tomando sus decisiones en torno a las políticas públicas, pero además me parece a mí que deja en evidencia algunas mañas no tan evidentes que se repiten en forma de patrón, a pesar de tratarse de distintos países, gobiernos y tendencias ideológicas.

Es recurrente la necesidad de los gobiernos de turno de marcar una diferencia con el pasado, para eso la mejor estrategia parece ser el desacreditar a sus antecesores, la forma cómo tomaban las decisiones, el tipo de proyectos que emprendieron. Ahí está Chile hablando de una nueva forma de gobernar, Argentina hablando de la conquista histórica de los derechos de los ciudadanos y no se diga Ecuador, con su imagen de la revolución que no permite reconocer nada bueno que se haya hecho anteriormente. Una y otra vez nos encontramos con tecnócratas relativizando proyectos anteriores, buscando nuevas asesorías, nuevos estudios, nuevas inversiones para proyectos. Es recurrente en ellos el inventar el agua tibia, porque muchas veces la soberbia que empaña a los equipos técnicos y políticos suele resultar en duplicidad de esfuerzos (volver a trabajar sobre lo mismo), baja sinergia (cada uno por su lado) e ineficiencia en el gasto público (obviamente, no responden a la pregunta de dónde es más efectivo invertir un dólar).

Otra característica en la forma de plantear soluciones es que basta con que un presidente se entusiasme en un viaje para que inmediatamente solicite a algún ente técnico el replicar alguna iniciativa que le parece atractiva. Entonces se abre la oportunidad de poner en la tarima un proyecto impulsado por la Presidencia, con resonancia mediática, capacidad de marcar un sello y dejar impregnada la huella de quienes llegan al poder con ganas de hacer algo, cualquier cosa, al costo que sea. Así por ejemplo, durante estos días pude evidenciar cómo aquellos países en donde los presidentes se habían entusiasmado personalmente con la idea de darle una laptop a cada niño, cuentan hoy con una inversión millonaria, a pesar de que aún no se ha podido medir su real impacto educativo. El punto es que estos grupos de nuevos administradores están en un vaivén político difícil de sortear y terminamos una vez más replicando viejas mañas de miradas cortoplacistas, muy caras para países como el nuestro que no pueden darse el lujo de replicar tales proyectos por más populares que sean.