Cosa seria, Uruguay; cosa linda, Colombia… Y cosa hermosa, el juego de ataque. Cuando los equipos se agreden futbolísticamente el público ríe, se exalta, se emociona, se abraza. El fútbol es una máquina de dar felicidad… pero si se ataca. Uruguay históricamente ha sido difícil, por su estructura mental defensiva, la dureza de su tropa y la entrega, el compromiso con la camiseta. Con Marcelo Bielsa le ha agregado el condimento que lo convierte en un plato imperdible: ataca, propone, se atreve.

Los resultadistas, los ultradefensivos (que hay decenas de millones, aunque parezca insólito) miran con recelo a Bielsa, viene a subvertir el orden, a patear el tablero ideológico. Y les roba feligreses, porque muchos hinchas uruguayos que adoraban ver defender a la Celeste, resistir heroicamente empates en cero, se dan vuelta ante esta mágica revelación de que se puede, sí se puede salir a ganarle a Brasil. Y ganarle. Se puede ir a buscar la victoria contra Argentina en Buenos Aires. Y encontrarla. Entonces pasa esto, que hoy Uruguay es uno de los países más felices del mundo porque tiene una selección magnífica y, simplemente, sale a ganar los partidos, que es lo que le pide el aficionado a su equipo desde 1848, más o menos cuando se inventó formalmente este deporte. El martes, cuando Uruguay vuelva a jugar -esta vez con Bolivia- la ansiedad del país entero hasta las 20:30 será casi inaguantable. Eso genera el fútbol de ataque. En Uruguay el fútbol es un hecho cultural, los tres millones cuatrocientos mil están involucrados. Y eufóricos: Uruguay ataca. Y gusta. Y gana.

Hay un entusiasmo adicional: el estratega rosarino armó un plantel joven, que le puede durar a Uruguay para encarar exitosamente los próximos dos ciclos mundialistas.

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Los técnicos uruguayos, tan apegados a jugar a la retranca, se molestaron cuando la asociación contrató a Bielsa, una suerte de Anticristo: ofensivo, extranjero y encima argentino, algo intolerable. El Chengue Morales, con sinceridad brutal, cerró la grieta: “Bielsa nos tapó la boca a todos”. Ya nadie habla de Suárez y Cavani. ¿Para qué cambiar los violines si suenan tan bien…?

Uruguay venció por primera vez en su historia, en seguidilla, a Brasil y a Argentina, tercero y primero del ranking mundial. Y les ganó jugando, yendo hacia adelante. Lo verdaderamente impresionante fue cómo derrotó al campeón del mundo en la Bombonera (un escenario que nunca tuvo buena conexión con la selección argentina). Le cerró todos los caminos ofensivos, lo asfixió en la recuperación de la pelota, le cortó los circuitos de juego y luego lo lastimó en ataque. A un equipo que venía dando festivales, que había ganado todos los partidos sin siquiera recibir un gol. El 2-0 en verdad debió ser más amplio por superioridad y volumen de juego.

“Yo les voy a decir lo que es para mí el fútbol, muchachos: atacar mucho y luego recuperarla con la ilusión de volver a atacar”. El credo de Bielsa ante sus jugadores. Se cumplió. Tal fue la demostración física, anímica y futbolística charrúa que su gente se ilusiona ya con el Mundial 2026. No para clasificar, para ganarlo.

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Uruguay, el rey de la defensa, es líder de goleo en la eliminatoria. Quién diría… Lo asombroso es lo rápido que ha logrado Bielsa esparcir su semilla entre el plantel. Un punto sustancial en la relación entre el guía y sus subordinados es concitar admiración. Los jugadores uruguayos están encantados con Bielsa, lo admiran. Así, el soldado va a la guerra confiado y redobla el fervor.

Cinco mil cuatrocientos kilómetros más arriba de Buenos Aires, en Barranquilla, también el juego de ataque generó un alud de alegría a toda una nación. La Colombia de Néstor Lorenzo (así comenzará a identificarse desde ahora) puso nocáut a Brasil, le ganó por primera vez en una eliminatoria. Y dándole vuelta el resultado, algo que puede acontecer cada treinta años tratándose del pentacampeón mundial. El entrenador muestra los dientes simplemente con dar la alineación, es un mensaje que les envía a sus jugadores. En ese acto, el futbolista advierte la intención del jefe. Y Colombia anunciaba a James y Carrascal, dos 10, a Luis Díaz, de quien no hace falta decir nada, a Borré, que no es goleador pero tiene técnica, a un centrocampista de buen pie como Kevin Castaño, a Matheus Uribe, volante de ida y vuelta que pisa el área y no es negado con la bola, a Deiver Machado, una topadora subiendo por su carril. Es decir, siete elementos que saben jugar y con inclinación natural para ir hacia adelante. Y un comandante que baja una línea clara: jugar en campo rival y buscar dañar al adversario.

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¿Defender…? Desde luego, el que defiende mal en fútbol, o no defiende, pierde seguro. Pero el objetivo prioritario es ganar, y para ello hay que atacar. Lorenzo lleva 21 partidos al hilo sin derrotas: 8 de su antiguo paso por el Melgar de Arequipa y 13 con la selección Colombia. Si un DT no tiene una alta capacidad no logra esos números. Y cuidado: no se puede argumentar que Lorenzo dispone de “una generación de oro”. Sí una dotación de buenos jugadores con un pedazo de crack como Lucho Díaz, a quien una noche se le abrió el cielo y le vino todo junto. Al margen de la clase, hay jugadores queribles y hay también aborrecibles. ¡Cómo alegra cuando le salen buenas a Lucho…! Es la postal de la humildad. Y no hay marketing para la humildad, es algo que brota, no se imposta.

Aparte, el once brasileño era una invitación a atacarlo. Dos laterales pobres (Emerson y Renán Lodi), dos medios de contención sin lustre (Bruno Guimaraes y André) y una serie de nombres normales, sin los monstruos de otras épocas. Lo único realmente peligroso era el ataque, con Vinícius, Rodrygo y Martinelli. Pero, bueno, es Brasil, de algo hay que cuidarse siempre. Era la oportunidad de dar el golpe, Lorenzo lo entendió y lo transmitió a sus jugadores. Porque es el técnico el que transmite la mentalidad a los jugadores, nunca al revés. Conste, como agregado, que ese Uruguay que sometió a la Argentina causando un auténtico impacto internacional pudo haber caído, y hasta por goleada, ante esta Colombia que no tiene ninguna enemistad con el gol pese a jugar sin goleador y sin 9, dado que Borré no es 9. Llega al gol por funcionamiento, por armonía colectiva y por afán ofensivo.

Una prueba más modesta de que la felicidad es atacar la dio Bolivia en el debut de su nuevo técnico Antonio Carlos Zago. Con apenas unos pocos entrenamientos, el brasileño paró un equipo más vertical, pero sobre todo eligió gente de mayor vocación de ataque. Llamó a los dos Vaca, Henry, un rellenito al que se acusa de indisciplinado, entre otras cosas, pero que es hábil y tiene uno contra uno, encara, va al frente, y Ramiro, un 10 fino, talentoso, con pase entre líneas y de excelente remate. Ambos marcaron los goles para salir del último puesto y hundir en él a Perú. En la antípoda de lo que pregonamos, Perú contrató a Juan Reynoso, un orientador de corte especulativo, y marcó un récord negativo: es la primera vez en 69 años de eliminatorias que un equipo no anota gol en los cinco primeros partidos. Insoportable para los hinchas peruanos. Y en Ecuador todavía no saben si el catalán Sánchez Bas es defensivo, ofensivo o qué.

Lo más importante de una selección es acertar con el técnico. Está demostrado. Uruguay y Colombia acertaron un pleno. (O)

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