Esa legendaria especie de los punteros a la que extinguieron los sistemas inventados por los grandes farsantes del fútbol escribió historias maravillosas. Algunos fueron ‘locos’ que pusieron pimienta a cada encuentro. Según la pierna que usaran, eran grandes cañoneros, como los zurdos; o hábiles y veloces, como los diestros, excepción hecha por Washington Muñoz, cuyo disparo mortífero no ha sido igualado hasta hoy.

Este día nos referiremos a esos “cohetes” o artífices de regates increíbles que alegraron las mañanas o las tardes futboleras porteñas. Dice la historia que el primer puntero derecho nacional que asombró por su velocidad fue Manuel Seminario Sáenz de Tejada, quien había sido campeón de atletismo en los 100 metros planos en el condado de Kent, en Inglaterra, y vino en 1907 para formar parte del inolvidable Club Sport Guayaquil en los tiempos en que se jugaba en el viejo hipódromo que existió en la calle Chimborazo a comienzos del siglo XX.

Después apareció en el club Packard el rapidísimo Carlos Chileno Vélez, que jugó en la selección de Guayaquil que disputó el Escudo Cambrian en 1923 y 1924. Era la época del viejo estadio de Puerto Duarte, llamado así porque en el lado oeste (hoy calle Babahoyo) pasaba un estero donde acoderaban las canoas corvineras. Allí también brilló por su velocidad William Medina, del equipo Córdoba, hasta que empezó a deslumbrar en el Panamá SC el insuperable Ernesto Cuchucho Cevallos, cuando el campito de Puerto Duarte había pasado a ser el estadio Guayaquil (luego denominado Ramón Unamuno, que fue demolido en el 2016).

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Don Arístides Antepara fundó el CS Uruguay y llevó a jugar de puntero derecho a un chiquillo de Las Peñas. Era el tiempo en que se armaban grandes trifulcas y se deba “leña” con fe y alegría. “Punta y taco, que no hay paco”, gritaban los fanáticos hasta que llegaba la policía a poner orden. El chiquillo fue luego a la Liga Deportiva Estudiantil y descolló en fútbol, atletismo y baloncesto. Llegó a ser el mejor esprínter del país. Su peculiar manera de correr le ganó el apodo: pasó a ser Víctor Caballito Zevallos Mata.

En 1939 reforzó al Panamá en una final con Daring y convirtió tres goles sensacionales. En 1942 estuvo en Liga Deportiva Universitaria, siempre en la punta diestra, jugando con Napoleón Medina, Federico Zenck, Óscar Posada, Manuel Gambarrotti, Eduardo Cotrina, Rafael Viteri y otros buenos futbolistas. Fue el alero derecho más rápido que pasó por el viejo estadio Guayaquil. Tras él venía otro gamo dominador del balón: Galo Papota Torres, del Norteamérica.

Ya en la era del viejo estadio Capwell apareció Víctor Arteaga Williams, a quien llevó al equipo albo el recordado Adolfo Chiripipa Herrera. Rapidísimo, gran dominador del balón, empezó de centro forward y fue el entrenador español José Planas quien lo llevó a la punta derecha. Empezaron a llamarlo el Expreso Negro, pero el mote que le quedó fue el de Venado. Jugó en los Sudamericanos de 1949 y 1953, reforzó a Emelec en el Torneo del Pacífico en 1949, y a Río Guayas en 1951. Fue campeón con Norte en 1952 haciendo un ala derecha inolvidable con Daniel Pata de Chivo Pinto y se lo recuerda por su destreza e increíble velocidad gracias a la cual marcó grandes goles.

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El primer Spencer que llegó de Ancón al fútbol porteño fue Marcos, reclutado para el Panamá por Dantón Marriott. Ya había ganado fama por su rapidez cuando pasó, junto con todos sus compañeros de equipo, al Everest en 1951. Fue en este equipo donde cimentó su celebridad y pasó a la posteridad como Colectivo Spencer. Integró una de las delanteras más famosas de nuestro fútbol: la que hizo cuatro goles a Río Guayas y lo venció en la final del Torneo Preparatorio el 21 de julio de 1951 y le repitió la dosis el 5 de septiembre para un empate. La integraban Spencer, Gerardo Layedra, Aníbal Marañón, Isidro Matute y Eduardo Bomba Atómica Guzmán. En esas épocas en que los delanteros atacaban en masa y no existía el anémico y solitario ‘artillero’ de hoy, Everest hizo 34 goles en catorce partidos.

El 7 de julio de 1955 entró a reemplazar a Colectivo en un partido con 9 de Octubre un diminuto jugador proveniente de una familia de gran tradición deportiva: Pedro Gando Sáenz. Esa misma temporada se ganó la titularidad haciendo ala con Alberto Spencer. Mostró desde el inicio una cualidad que lo hizo famoso: una asombrosa velocidad, increíble para sus pequeñas piernas. Destrozó a los chilenos en pareja con Jorge Bolaños la noche del 21 de febrero de 1962 en que Emelec goleó a Universidad Católica de Chile por 7-2 en partido por la Copa Libertadores. Se consagró internacionalmente en el Sudamericano de 1963 en Bolivia, donde le pusieron de apodo Garrinchita. De allí pasó a Millonarios de Bogotá, donde logró dos títulos colombianos. Para nuestra afición seguirá siendo conocido como el inigualado Camberra Gando.

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El último de los punteros derechos que asombró por su velocidad fue Nelson Aurea. Su padre, don Boli Aurea, administrador de la pista atlética Emilio Estrada, lo quiso hacer velocista, pero Nelson escogió el fútbol. De la selección de Guayaquil al Intercantonal de 1958 pasó al Patria, que formaba un equipazo para las celebraciones del cincuentenario de su fundación. Debutó el 4 de mayo en un Torneo de Reservas como interior izquierdo y el 27 de julio de 1958 apareció en primera como puntero derecho, reemplazando a Pedro Pilo Hernández. En 1959 ya era titular cuando Mario Saeteros pasó al centro del ataque. Tenía un pique formidable y el público bautizó a Nelson Aurea como Platillo Volador.

Hubo otro tipo de punteros derechos que nunca dejaremos de recordar. Regateadores y alocados que fueron mimados de la tribuna como José Vicente Loco Balseca y Jorge Mocho Rodríguez. Balseca era centrodelantero o interior, pero a la llegada de Carlos Alberto Raffo el técnico eléctrico Renato Panay (chileno) mandó al Loco a la punta diestra. Lo envió al paraíso, porque la raya fue el hábitat natural del alero que se burlaba de los marcadores con firuletes indescifrables.

José Vicente Balseca. Foto: Archivo

El público guayaquileño llegó a adorarlo, porque unía a su carácter festivo una enorme calidad. Rodríguez, de pequeña talla, también fue centrodelantero hasta que encontró su puesto en la punta derecha. Era muy hábil y unía a su velocidad una condición natural: frenaba a raya y hacía pasar de largo a los marcadores.

Inteligente, lleno de sabiduría futbolera era Mario Saeteros, el director técnico dentro de la cancha en el fabuloso Patria, campeón invicto en 1958. Al año siguiente se marchó el argentino Carlos Gambina y Mario se corrió al centro, desde donde hacía jugar a todo el equipo. Inolvidable como futbolista y como amigo.

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Mario Saeteros. Foto: Archivo

Wacho Muñoz fue único, porque era completo. No tenía la velocidad de sus antecesores, pero se movía bien. Jugaba y hacía jugar. La potencia y colocación de sus disparos lo sitúan en un pedestal. Ese raro chanfle sometió a todos los arqueros nacionales y extranjeros que pasaron por el Modelo. El día de su despedida en 1979, ya retirado dos años antes, se vistió de corto y venció con un bombazo a Jorge Fossatti, golero de Peñarol. Como para que no lo olvidemos nunca. (O)

Washington 'Chanfle' Muñoz (i) y Alejo Calderón. Foto: Archivo