Por Sonia Manzano Vela

Resulta inconcebible aceptar la idea de que Yela Loffredo de Klein se ha ido hacia la dimensión del "nunca jamás", donde todo lo que ha sido, termina por ya no ser: la Vida, en primerísimo término.

¡No!, admitir que ella se fue, sería como aceptar que Guayaquil se ha quedado sin su ría, sin su Torre Morisca, sin su parque Centenario, sin su Barrio Las Peñas, sin su matriarca legendaria del arte y la cultura: esa misma a la que abordaban múltiples artistas, de cualquier rama y condición, en busca de un apoyo que la solidaria Yela nunca dejó de otorgarles.

Publicidad

Ella no se ha ido, su cuna natal sigue meciéndola en sus brazos maternales al vaivén de la música que canta el manso Guayas bajo los balcones de casas olorosas a perfumes ya idos.

Hermosa, de porte aristocrático, aunque sencilla hasta la misma médula del alma, sus manos supieron esculpir el barro, el mármol, la piedra, el bronce, la plata, para conferirles esa belleza sensual que fue la marca de estilo de sus obras, como muestra de lo cual cabe mencionar la serie escultórica "Los Amantes de Sumpa", cuya calidad estética es de un nivel insuperable.

Esa mujer de la sonrisa perenne y de la palabra afable, no se ha ido hacia parte alguna: su presencia etérea seguirá paseando su condición de heroica promotora cultural por el viejo auditorio de la ESPOL, institución tecnológica a la que supo agregarle el valor del arte humanísimo, a través de esos "Lunes Culturales" que por años brindó a un público numeroso y receptivo, el que tuvo el privilegio de recibir de manos de la propia artista, el "pan nuestro" de la cultura al que todo ciudadano ecuatoriano tiene irrenunciable derecho.

Publicidad

¡No!, Yela no se ha ido ni se irá: Ella se quedará en su ciudad querida como una estrella de su bandera albiceleste; una cuyo fulgor esplendente no conocerá desmayo alguno, porque está escrito que " la luz de las estrellas, cuando estas son en verdad legítimas, no se apaga, ya que es luz destinada a perdurar eternamente". (O)