No regresaba a Portoviejo desde el 2015. La sorpresa fue grata. Encontré una ciudad transformada, no solo por la nueva infraestructura que construyó el Municipio luego del terremoto, sino por su limpieza y orden. Recordé el Guayaquil de principios del milenio, en que afloraba el orgullo de sentirse parte de una ciudad que renacía luego de haber llegado a lo más profundo del Hades.