Hace tres años, Inehue Nenquimo Omene (@inehuenenquimo) entró en la carrera de Cine de la Universidad San Francisco de Quito, interesado por la manera en que los pueblos indígenas cuentan sus historias.

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Con el tiempo cambió a Relaciones Internacionales, y hace pocas semanas estuvo en Nueva York como participante del Foro Permanente de las Naciones Unidas sobre Cuestiones Indígenas, en calidad de fotógrafo y videógrafo para la productora de cine indígena Mullu TV, y como panelista de comunicaciones indígenas del colectivo Jóvenes Amazónicos.

“Quería contar historias, no simplemente que las personas de afuera lo cuenten, sino que los jóvenes y niños podamos expresar cómo vivimos realmente, y que la gente de afuera pueda conocernos a través de nuestras voces”.

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Su propia historia, y la de su familia, es impactante. Los waoranis tienen casi 70 años de haber sido contactados. En 1955, cinco misioneros evangélicos sobrevolaron en avioneta el río Curaray (provincia de Pastaza), cerca de asentamientos de un pueblo por entonces no contactado. Su intención era acercarse, en una operación que equivocadamente llamaron Auca (una palabra kichwa que significa ‘salvaje’).

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Construyeron un campamento que duró poco: en 1956, los cinco —Jim Elliot, Nate Saint, Ed McCully, Peter Fleming y Roger Youderian— fueron atacados y asesinados por un grupo de guerreros waoranis. La tragedia llegó a los medios estadounidenses.

Inehue también la conoce. Muchos de sus familiares estuvieron involucrados, entre ellos, su bisabuelo Mincaye, quien en 2013 narró su biografía al escritor Tim Paulson (Gentle Savage, editorial Xulon).

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Siete décadas después, el bisnieto Mincaye llegó a la tierra de los misioneros. Inehue lo encuentra fascinante. “Ahora estamos saliendo a estos encuentros internacionales, con nuestras propias voces, sin perder la esencia de ser indígena”.

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Ser waorani: una vida de contrastes entre la selva y la ciudad

Inehue habla un español fluido, como buen universitario. Se educó en una escuela bilingüe. Mientras que en casa sus padres le hablaban en waorani, la influencia del español fue muy rápida, porque era lo que hablaba afuera, con sus compañeros.

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A los 14 años regresó a la comunidad en la selva, donde su abuela fue la encargada de darle una enseñanza avanzada de su lengua materna. “Hasta ahora hablo un 85 % y todavía me falta un montón”. Ahora está en Quito, pero regresa con frecuencia cada vez que las clases se lo permiten. “Quiero pasar tiempo con ellos”.

Está confiado en que el wao tededo (la lengua de la gente) no desaparecerá. “Es mejor que los niños crezcan junto a sus familiares”, dice, reflexionando sobre su propia experiencia. “Ahora los jóvenes que estamos afuera nos reunimos para hablar wao sin temor ni nada”. Como indígena, trata de distanciarse de la folclorización. “Destacamos por la manera en la que somos y que pensamos y por lo que hacemos”.

A su llegada a Quito desde la parroquia Shell (Mera, Pastaza), se encontró con muchos choques culturales. “La gente de afuera piensa que es superior”. También descubrió las leyes. “Antes el indígena no las tenía, su territorio era todo. Cuando sales, te dicen que vives dentro de un país, que eres ciudadano ecuatoriano y que estás sujeto a las leyes, que el Estado manda”.

Inehue (su nombre significa ‘árbol fuerte’) se ha adaptado a esto, pero hay aspectos que no acepta, como que los pueblos indígenas sean considerados una minoría. “No debería ser así, no somos minoría, somos los dueños de esta tierra” (la Amazonía), “hemos existido durante miles de años”. La estabilidad económica de otros grupos, opina, los lleva a pensar que hay una pirámide en que los indígenas están al último “o afuera, por no tener conocimiento o educación”.

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Esa es una visión que intenta cambiar. “La educación es lo primero. De la población global, solo un 1 % hacemos uso de la educación superior privada, cuando la educación puede cambiar el mundo. También son importantes estos espacios (en los medios de comunicación) en que podemos comunicarnos directamente. Nos encanta contar historias y conocer a otras personas”.

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Junto con Inehue hay otros seis jóvenes waoranis estudiando en la USFQ, gracias a la Oficina de Acompañamiento Estudiantil, que brinda servicio a estudiantes de pregrado indígenas, afroecuatorianos y montuvios. “Mucha otra gente está saliendo, pero la mayoría se siente atada por la discriminación y el racismo. Yo quiero que ellos salgan y puedan alzar sus voces. Que no les digan: ‘Vamos a darte este espacio por ser indígena’. Podemos ganar nuestros propios espacios, somos capaces”.

En la década de 1990 se fundó la Estación de Biodiversidad Tiputini en la provincia de Orellana, y desde allí se crearon conexiones para que los jóvenes tengan acceso a la educación superior, a través de convenios firmados entre la USFQ, una compañía petrolera y la nacionalidad waorani. “Son de gran ayuda, porque la mayoría tenemos 85 % de beca y 15 % de pago a futuro. Es un esfuerzo grande de la nacionalidad y también hay que agradecer lo que ha hecho la petrolera”.

Esto habla de la dualidad en la relación de las nacionalidades indígenas de la Amazonía y las petroleras. “Sí, han hecho daño, pero también se ha visto este apoyo para que la gente pueda salir, tener educación, tener un trabajo, conocer el mundo, sin que pierdan sus raíces”.

Inehue se considera una persona que ha salido de la selva, pero no para quedarse y ‘colonizarse’ de golpe. “Quiero darme mi espacio y transmitir a los ecuatorianos que existe el Oriente de Ecuador. Es un impacto para mí que no conozcamos nuestra historia. Hay gente de todas partes en la universidad, y es interesante saber cómo nos ven y cómo los vemos a ellos”.

La vulnerabilidad de los pueblos no contactados

Los waoranis habitan en Pastaza, Napo y Orellana, y también están emparentados con un pueblo en aislamiento. “Son nuestra gente, pero no quisieron entrar en contacto”. Son el otro lado de la familia de Inehue, de parte de su otro bisabuelo, Carlos Omene, asesinado en 1993, dice, en una emboscada que también fue registrada por la prensa. Omene intentó devolver a una joven secuestrada, pero le dieron muerte, y eso generó una serie de matanzas por venganza: 2003, 2006, 2008, y dos más en 2013.

“Este es el ciclo en el que los wao nos hemos visto envueltos siempre, porque en nuestra vida no ha existido el amor o empatía. En nuestra sangre siempre está la venganza y el odio”. Ser contactados los abrió a nuevos conceptos. “No es bueno matar, no es bueno hacer esto”, dice el joven, sentado en el campus universitario, mientras saluda a los conocidos que pasan durante la entrevista.

“Por eso siempre intento buscar comunicación, que es lo primero que debe haber. Buscar ser parte de uno, del otro, en qué podemos estar de acuerdo y en lo que no, respetar nuestras ideas”. Algo que se refleja en su vida en la selva. Como waorani, puede entrar a la zona intangible, pero no acercarse a los que viven aislados. No debería haber un enfrentamiento con personas que solo tienen armas ancestrales y están en desventaja.

Parte de su nuevo círculo son los Jóvenes Amazónicos, a quienes considera sus hermanos, entre ellos, Alexis, Nina y Elena Gualinga. “La juventud waorani ahora tiene mucha más visibilidad y sabe manejarse mejor”.

Y en su comunidad, donde es fundamental ser un cazador o un pescador, en suma, un proveedor capaz de encontrar alimento en la selva, Inehue ha elegido ser un comunicador. “No soy lo que digo que soy, sino lo que hago. A veces me dicen que soy activista. Por ahora, ponme como comunicador”. (F)