Hace once años, la ecuatoriana Gabriela Labra se enamoró del aro del hula-hula cuando vivía en Santiago de Chile. En ese aro, que por lo general es de plástico liviano y de colores llamativos, encontró un compañero y el comodín para llegar a su realización personal.

Aunque en un principio pensó que usar este implemento consistía solo en hacerlo girar alrededor de la cintura, descubrió pronto que esta era una corriente artística que requería de preparación y mucha entrega.

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Antes de adentrarse en la práctica de esta habilidad circense, y que incluso tiene su espacio dentro de la gimnasia, dedicaba gran parte de su vida a la publicidad y marketing. Apenas terminó sus estudios de colegio pasó a especializarse en la Universidad Andrés Bello y luego trabajó en varios lugares aplicando lo que aprendió en las aulas.

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Pese a que ya estaba formando su trayectoria laboral en Santiago, acorde con lo que estudió en la universidad, un día –a sus 23 años– observó a una joven realizar piruetas, bailar y levantar entre los brazos un aro de hula-hula. Le llamó la atención la ligereza de los movimientos y la ropa de colores llamativos que usaba.

Eso fue lo que la motivó a preguntarle a esa misma persona cómo replicar la rutina que hacía y empezar desde cero a practicar ese arte. Aunque se alejó del trabajo de oficina, encontró la forma de incluir sus conocimientos en la difusión de lo que ahora promulga.

Gabriela Labra enseña a mujeres en la explanada del Malecón del Salado, todos los jueves desde las 16:30. Foto: El Universo

Aprendió las bases en internet y el perfeccionamiento de la técnica lo hizo en talleres que conseguía de artistas en Chile. En un inicio, el aro solo lo colocaba en las caderas o brazos y lo hacía rotar, era lo que podía controlar.

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En su fase de preparación también empezó a definir su estilo de vestir, optó por licras largas de estampados coloridos, faldas cortas vaporosas y leotardos de colores. El maquillaje lleno de brillo y con incrustaciones de cristales en la frente se volvieron parte de su esencia, que mantiene hasta ahora.

Poco a poco, la práctica le permitió manejar más de un aro y combinar sus rutinas con la danza, la acrobacia e incluso el yoga.

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En Santiago, luego de manejar bien el aro empezó a dar clases en un gimnasio, luego pasó a un colegio de esa localidad y se quedó cinco años en el Centro Cultural Gabriela Mistral. A la par de su trabajo, tomó cursos con instructoras de fitness, de malabarismo funcional y de artes circenses.

Poco a poco, su trabajo se fue inclinando hacia la ayuda de mujeres que buscaban sanar la relación con su cuerpo, también se enfocó en el trabajo junto a personas de la tercera edad. Con este último grupo, además de los movimientos básicos, aprendió a incluir música, ejercicios rítmicos, masajes y aromaterapia.

Las personas de la tercera edad le brindaron una visión más amplia de lo que podía hacer con la práctica que se estaba convirtiendo en su estilo de vida.

“El hula-hula es un elemento que tiene una infinidad de posibilidades expresivas y que mueven las más pequeñas fibras de las personas”, dice la artista que en redes sociales se presenta como hula.ladyguga.

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A Guayaquil llegó hace un año a continuar con esa corriente que había iniciado en Chile. Aunque su acento y ciertas palabras las acuñó del país que la acogió más de 16 años, Gabriela nació en Ecuador.

Sus padres son chilenos, pero ella se mantuvo viviendo entre Chile y Ecuador hasta que decidió radicarse en el Puerto Principal.

Su relación con Ecuador siempre fue de gratitud, por ello decidió asentarse en Guayaquil y regalarle a la ciudad que la vio nacer un poco de lo que ella ha trabajado por más de 10 años. Ahora tiene 35 años y no ve cercano dejar la ciudad que le abrió las puertas para ampliar su alcance en este arte circense.

Su estancia en Ecuador en el último año le permitió participar en el Festival de Artes Vivas de Loja.

Ya en el Puerto Principal tuvo un acercamiento con la Fundación Malecón 2000 para formar parte del proyecto Malecón al Aire Libre. Los jueves, Gabriela da clases gratuitas a quienes acuden a la explanada del malecón del Salado.

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Allí, en una explanada de más de 10 metros, mujeres llegan con ropa deportiva y con la emoción de practicar este ‘juego de niños’, como lo cataloga. Los aros que acompañan las clases son de color neón y de tamaños que van desde los 70 hasta 90 centímetros.

“Sentí la necesidad de poder contribuir en dar a conocer la cultura del hula-hula y que se transforme en una herramienta de muchas personas. En Guayaquil hay muchas personas que tienen ganas de habitar los espacios públicos para hacer arte”, señala Labra.

Con las clases que ofrece al aire libre, Gabriela busca crear una comunidad y una base en la cultura del hula-hula en la ciudad.

“Yo quiero que las personas encuentren la felicidad a través de este elemento y se llenen de vitalidad, así como yo lo he hecho en los últimos diez años. Que las personas que lo practiquen se sientan llenas de energía y que tengan ese proceso de sanación con el cuerpo y con el movimiento que es tan importante”, manifiesta la mujer. (I)