La ciudad porteña guarda curiosas leyendas, incluso durante un tiempo una de estas fue utilizada para argumentar el origen de la ciudad y su nombre, pero esta historia fue descartada por los historiadores. Se trata de la leyenda del cacique Guayas y la princesa Quil, de la que existen incluso monumentos en la ciudad.

Realmente, el nombre de Guayaquil lo tiene la urbe por el hecho bien comprobado que existió un cacique, un río y una población llamada Guayaquile, consignados en más de un antiguo documento. Pero en el imaginario colectivo siempre estará esa pareja mítica que simboliza la bravura y el valor del pueblo huancavilca, cuyo homenaje está en la avenida Pedro Menéndez Gilbert, al inicio del puente de la Unidad Nacional, que cruza el río Guayas.

Esta historia fantástica del cacique y la princesa no es la única, pero sí una de las más interesantes. Aquí algunas de estas leyendas que se pasan de generación en generación, para disfrute de los porteños.

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Monumento a la leyenda del cacique Guayas y la princesa Quil, en la avenida Pedro Menéndez Gilbert. Foto: Archivo

Guayas y Quil

Esta leyenda se ubica en tiempos de la llegada de los españoles a la zona costera habitada por huancavilcas y chonos. El relato trata sobre el sacrificio de amor y libertad de la pareja de nativos guerreros de la tribu huancavilca al verse amenazados por los invasores.

La leyenda indica que el capitán Sebastián de Benalcázar –personaje real– tuvo muchos enfrentamientos fuertes con los huancavilcas para intentar establecer la nueva ciudad de Santiago de Guayaquil.

Según el relato, el cacique Guayas y su esposa Quil eran hábiles guerreros y lideraron las fuerzas nativas de resistencia. No obstante, luego fueron capturados. Debido a ello, el cacique ofreció a los españoles muchos tesoros escondidos a cambio de su libertad y la de la princesa.

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Para cumplir la transacción, la pareja de guerreros fue llevada al Cerrito Verde, actual cerro Santa Ana. Una vez allí, Guayas pidió un cuchillo para supuestamente mover una de las piedras que tapaba la entrada del escondite de los tesoros.

Sin embargo, el objetivo real del cacique era otro. Llevó el puñal al corazón de su amada, con lo que le provocó la muerte, y luego él mismo se inmoló, prefiriendo morir antes que subordinarse ante los invasores españoles.

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El relato indica que los cuerpos del cacique y de la princesa cayeron al río Guayas, y de allí el origen de la ciudad.

La dama tapada era una mujer de esbelta figura y cautivadoras formas, de andar seductor y elegante. Foto: Pixabay

La dama tapada

La vida bohemia que llevaban algunos hombres en los años 1700 les costó muy caro. La presencia de la Dama Tapada era el terror de muchos entre la medianoche y las cuatro de la madrugada en esa temprana época en la historia de la vida porteña. No se tiene certeza de su origen, lo único que resalta es que aparecía a pocos metros y de forma casual frente a los hombres que, prendados de su belleza, la seguían.

Era una mujer de esbelta figura y cautivadoras formas, de andar seductor y elegante, rodeada de un agradable aroma que dejaba al paso y cubierta el rostro por un velo que, pese al enigma que representaba, dejaba averiguar gran belleza. Ningún hombre se le resistía, todos se veían hipnotizados; la distancia entre ella y el hombre siempre se mantenía igual: nadie se alejaba, por más cobarde que fuese, y nadie se le acercaba más allá de cierto punto.

Luego de un tramo, la mujer se detenía y le decía al hombre: – Ya me ve usted cómo soy… Ahora, si quiere seguirme, siga… Finalmente, la mujer se quitaba el velo y su bello rostro desaparecía para dar paso a una horrenda calavera que emanaba un hedor nauseabundo.

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Esta situación hacía que sus ‘admiradores’ quedaran impactados; algunos morían por el susto, otros por el olor pestilente. Los pocos que sobrevivían fueron calificados por la cultura popular como tunantes.

Tras el impacto, la Dama Tapada seguía su camino hasta desaparecer en las calles porteñas.

Según la leyenda, la pequeña embarcación se mueve a merced de las corrientes y quienes con temor se acercan a ella, no encuentran ni persona ni objeto alguno. Foto: Pixabay

La canoíta

Los montuvios de las provincias del Guayas y de Los Ríos aún aseguran que existe una canoíta misteriosa que surca los ríos y esteros familiares con una luz prendida en la proa.

Los más viejos de la familia, en las tertulias o ‘conversas’ que se prolongaban mucho tiempo junto a un candil o mientras balanceaban sus hamacas de mocora, presentaban esta historia en varias versiones.

La más común dice que una mujer adúltera, al no saber cómo esconder el fruto de su amorío estranguló al niño y subió el cadáver a una canoa. Después de bogar mucho y muy desesperada arrojó el cuerpo de la criatura al río Babahoyo.

Aunque se arrepintió y quiso reparar su crimen de nada le valió el intento, porque su locura se acentuó y Dios la condenó a buscar para siempre el fruto de sus entrañas.

Desde entonces la pequeña embarcación se mueve a merced de las corrientes y quienes con temor se acercan a ella, no encuentran ni persona ni objeto alguno.

A pesar del tiempo transcurrido hay viajeros nocturnos, pescadores, etcétera, que aseguran haber visto la canoíta que cruza raudamente por ríos y esteros montuvios y deja ver la pálida luz del candil que lleva en la proa.

Guayaquil se asentó definitivamente en la confluencia de los ríos Daule y Amay, al pie de una colina conocida como Cerrito Verde (cerro Santa Ana).

La princesa triste de Santa Ana

Esta leyenda habla sobre el supuesto nombre del cerro Santa Ana. Según el relato, allí vivió un rey que poseía una gran riqueza dentro de sus fortalezas.

Este monarca tenía una hija que cayó enferma y no había una solución para el mal que padecía. Un buen día apareció un hechicero ante el rey y este le ofreció curar a su hija, pero a cambio este gobernante debía entregar toda su fortuna.

El rey rechazó la propuesta del hechicero, por lo que este último lanzó un conjuro sobre todas las tierras del monarca, y así condenó a su pueblo a la desesperación.

Años después llegaron los españoles y escalaron uno de los cerros de esa zona. Uno de los visitantes encontró en ese lugar a una hermosa princesa, la cual le brindó dos opciones: la primera, una bella ciudad llena de oro, y la segunda, ser una esposa devota y fiel para él.

El español eligió la ciudad de oro, ante cuya decisión la princesa resolvió lanzar una maldición sobre él. No obstante, el hombre comenzó a rezarle a la Virgen de Santa Ana para que lo salvara y la virgen lo rescató.

De esta leyenda surge supuestamente el nombre del cerro donde se instaló definitivamente la ciudad de Santiago de Guayaquil, el Cerrito Verde, que luego fue llamado cerro Santa Ana.

Cuando Posorja terminó su revelación, se dirigió al mar y una ola se la llevó. Foto: Pixabay

Leyenda de Posorja

La leyenda de Posorja era muy popular en la época de la Colonia y a inicios de la vida republicana. Cuenta que la vidente apareció de pronto frente a las costas donde actualmente se ubica la parroquia rural guayaquileña, que lleva el mismo nombre.

Según los relatos, la pitonisa arribó en una pequeña nave de madera más liviana que la balsa cuando era solamente una pequeña niña de rasgos blancos. Estaba envuelta en unas finas mantas de algodón que tenían estampados unos intrincados jeroglíficos; llevaba además en su pecho, como colgante, un caracol pequeño y finamente labrado.

Adoptada por los huancavilcas, la menor creció hasta convertirse en mujer. Fue entonces que empezó a vaticinar los sucesos más trágicos del pueblo que la adoptó, cobrando fama de una gran visionaria en toda la región.

Por esta razón llegaron hasta su aldea los incas Huayna Cápac y después Atahualpa, a quienes los predijo los trágicos desenlaces que tendrían sus reinados.

Cuando Huayna Cápac llegó a visitarla, vio en Posorja a una enviada del dios Pachacámac y le pidió que le vaticinara su porvenir, viendo en los ojos de la pitonisa su muerte en Tomebamba y la guerra fratricida que se libraría entre Atahualpa y Huáscar.

Después, cuando Atahualpa le pidió a la pitonisa que revelase su futuro, esta le pronosticó su triunfo sobre Huáscar y el breve tiempo que duraría su victoria, así como también le relató que llegarían unos hombres blancos y barbados que matarían al soberano inca luego de tomarlo prisionero en Cajamarca.

Cuando Posorja terminó esta revelación declaró que su misión en la tierra había terminado, puesto que aquella había sido su última predestinación. Tras esto, la pitonisa se dirigió al mar, sopló su caracol y una ola se la llevó. (F)