Suena paradójico, pero resulta así. A veces nos aferramos a soluciones que en algún momento fueron exitosas, o peor aún, que quizás nunca dieron buenos resultados, o que en el presente ya dejaron de ser efectivas. Y seguimos intentando más de lo mismo.
Esto se llama “la enfermedad de lo circular”, según lo explica Adriana Piterbarg en su libro Cien años de amor y algunas soledades. Es como dar vueltas en círculo sin comprender que la solución que creemos la adecuada es justamente el problema. Es como cuando estamos desesperados por mejorar la relación con nuestra pareja y mantenemos la queja y la crítica como medio para encontrar resultados positivos. Más lo hacemos, más se complica, menos se resuelve. Cuando sentimos que no somos validados como adultos y nuestra solución es exigirlo con enojos y berrinches. O cuando intentamos conectar con nuestro hijo adolescente utilizando el mismo sermón que nos distancia de él, sin entender por qué no dan resultado los esfuerzos por lograr la solución.