Regresé al Mercado del Río después de muchos meses, necesitaba conectarme con la naturaleza, disfrutar de la siempre imponente vista del río Guayas y comer algunos platos que me transportan en el tiempo a ese Guayaquil de mi juventud. El año pasado lo visité algunas veces, se convirtió para mí en un espacio de constante encuentro con la gastronomía, no solo para probar las diferentes propuestas de sus restaurantes, sino también para aprender a través de catas de vino y whisky. Estos eventos no se están realizando por obvias restricciones debido a la pandemia, pero el ambiente único de este espacio está mejor que nunca y hay que disfrutarlo.

Tengo una particular atracción hacia el agua, crecí en Urdesa y muchas de mis travesuras de pelado fueron en los alrededores de los brazos del estero que rodean esa zona norte de la ciudad. En más de una ocasión cuando jugaba en el pequeño parque junto al puente que hoy une la ciudadela con el c.c. Albán Borja, paré al ostionero que se movía en bicicleta, y sentado en una banca junto al manglar acompañado de algunas despistadas iguanas disfruté de un delicioso vaso de ostiones con limón y sal.

Años después visitaba al viejo malecón Simón Bolívar para comer mariscos en un sencillo restaurante del que no recuerdo su nombre, pero estaba en uno de los viejos muelles a la altura de donde hoy queda el Hotel Ramada. Desde esa misma zona, pero unos metros más hacia el cerro, mi apetito aventurero me llevó también a tomar varias veces las lanchas para cruzar el río Guayas en busca de un plato de fritada en el malecón de Durán.

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Hambriento de vivir una experiencia al aire libre luego de meses viendo solo paredes, salí al Mercado del Río. Fue en uno de estos días fantásticos que en estos meses del año nos regala el clima de la ciudad, cielo despejado, sol radiante que acaricia pero sin llegar a sofocar y una fresca brisa que envuelve el ambiente.

Recorrí el Astillero y el Carmen, y mientras caminaba por sus pasillos me dio gusto ver que las dos naves del Mercado tienen importantes novedades y que la gente de buen paladar está aprovechando, muchas de sus mesas estuvieron ocupadas. Al pasar frente a Casa Manaba no me pude resistir al pastel de cangrejo, este invento que pienso debe ser más guayaco que manabita, me encanta y aquí lo hacen perfecto, una fina capa de masa horneada con un relleno ni muy dulce ni tan salado con gran cantidad de pura carne del crustáceo.

Para los fanáticos del pollo encontrarán una nueva alternativa en Quino’s, ellos traen la sazón de la típica pollería peruana. La Chanchada tiene todo lo que un amante del chancho busca, desde el tradicional sánduche hasta un superbien puesto plato de fritada. Si usted es de los creativos, acérquese a Posto pizzería y pida una de queso, maduro y sal prieta, sus sentidos no creerán lo que están probando. A final paré en la Esquina de Beto y ordené unas conchas al ajillo, me senté en la terraza junto al Guayas y con un par de cervezas pasé un momento de paz, que me hizo olvidar los problemas del mundo de hoy.

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Amigo lector, le sugiero que se haga un favor, junte a toda la familia, pónganse las mascarillas y diríjanse al Mercado del Río. No pierda la oportunidad de disfrutar al aire libre de este hermoso lugar que reúne la mejor comida en el más hermoso sitio de la ciudad. (O)