Es noviembre de 2021, me despierto con el anuncio de que hay delfines en la proa del barco. Un grupo de más de 300 individuos se desplaza veinte millas al norte de Volcán Ecuador. Parecen comunes, pero gracias a la fotografía de Patricio Maldonado comprobamos que se trata de delfines estriados.

Juego a pensar que celebran la noticia de la ampliación de la reserva marina de Galápagos. Una decisión de nuestro Gobierno que visibilizó al Ecuador durante la reunión número 26 de la Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26). Ampliar la reserva contribuye a salvaguardar la biodiversidad del planeta y a proteger los mares que, con su producción de fitoplancton, son generadores de oxígeno, tal como los bosques. Los océanos son, después de todo, los grandes reguladores de la temperatura del planeta, atrapan exceso de CO2 y pueden absorber 1.000 veces más calor que la atmósfera.

Delfines en Galápagos. Foto: Patricio Maldonado (cortesía). Foto: El Universo

Así, aunque Latinoamérica y el Caribe solo represente el 8,3 % de las emisiones globales de gases efecto invernadero, Ecuador se convierte en actor fundamental en la lucha contra el cambio climático.

En dos semanas de reuniones faltaron acuerdos sobre acciones específicas para que la temperatura del planeta no siga en aumento. Por eso Greta Thunberg se refirió a la COP26 como puro “blablablá”. El objetivo, según el Acuerdo de París de 2015, debía ser limitar el aumento de la temperatura global a no más de 1,5 centígrados hasta fines de siglo. Sin embargo, en las condiciones actuales, se estima que llegaremos a 2,4 grados centígrados, lo que haría de la tierra un lugar posiblemente inhabitable para los humanos.

Muchos estados-isla comienzan a perder su territorio con el aumento del nivel del mar y algunos podrían incluso desaparecer. Para ellos la COP26 no cumplió sus expectativas.

Los países pequeños, que apenas contaminan en un 3 %, aspiraban a que aquellas diez naciones que son responsables del 68 % de las emisiones asumieran mayores responsabilidades. Además de disminuir los gases de efecto invernadero en un 7 % anual para que todo funcione, debían cumplir con el compromiso adquirido de aportar 100.000 millones anuales a los países en desarrollo.

Sin embargo, entre tanta desilusión el Ecuador presenta una propuesta concreta y genial: aumentar la reserva en 60.000 km2. Además, el presidente Guillermo Lasso firma un acuerdo con sus pares de Colombia, Panamá y Costa Rica comprometiéndose a la conservación y manejo del corredor marino del Pacífico Este Tropical. Por fin se oficializa un proyecto que estaba en el aire durante más de veinte años, para que las especies migratorias cuenten con una franja de tránsito seguro.

Todo se complementa con un canje de deuda externa, garantizando (confío yo) el óptimo patrullaje de la reserva. Los nuevos acreedores ofrecerían condiciones de deuda más favorables, cediendo al país el beneficio de que destine los fondos sobrantes en recursos para la conservación.

Los delfines y la gran noticia me infunden optimismo para aspirar a que con nuestro ejemplo los mayores emisores finalmente reaccionen. El Ecuador, para no hablar del planeta, enfrenta todavía muchos retos. Debe encontrar en un futuro bastante próximo (2030) una fuente de divisas que reemplace la exportación de petróleo, y precisa transitar a energías limpias. El tiempo se acorta. Ya no es por las generaciones futuras, sino por nuestra propia supervivencia. (O)