La llegada de mi primer sobrino varón fue una especie de introducción al mundo de la maternidad. Inquieto, rebelde, buscador insaciable de peligro (con puntos en la cabeza para acreditarlo), me dio las pautas para saber lo que tenía que hacer cuando fuera mamá. “A este niño le hace falta disciplina” (y otras cosas más irreproducibles en estos tiempos), “cuando tenga mis hijos no voy a andar atrás para que me hagan caso”, le decía a mi hermano.