Hace más de un mes, mis hijos terminaron las clases y están oficialmente de vacaciones; ellos, por supuesto, porque en lo que respecta a los padres estamos más atareados que de costumbre. Las vacaciones de los hijos implican redistribuir la rutina habitual entre el trabajo, la casa y las actividades recreativas (algún club, curso o viaje) que podamos incluir. El objetivo es compartir momentos juntos, que ellos estén activos y no morir en el intento ni terminar como un zombi.

Vivimos en la playa y el verano argentino es la época de más trabajo del año para nosotros; para ellos, sin embargo, es el momento en que pueden compartir su día a día con los primos y amigos que viven en otras ciudades. Y, obvio, disfrutar del calor, del mar, asistir a espectáculos nocturnos, hacer pijamadas y dormir hasta tarde.

Pero salir de la casa o planificar actividades con ellos se vuelve un desafío. Las madres arrancamos las vacaciones con una lista de tareas. Suena paradójico pero es real. Solo para ir a la playa durante el día tenemos que preparar un bolso con agua, galletitas, fruta, ropa, toallas, palas y baldes para armar castillos de arena; lograr que se pongan el traje de baño, el protector solar, que hagan pis antes de salir y un largo etcétera, por lo que muchas veces tardamos más en alistarnos que en el paseo.

Y ni hablar si planificamos ir a un destino más lejano, en auto o en avión. Tenemos que preparar las maletas de los niños y la nuestra, no olvidar los documentos de viaje, los medicamentos de cabecera y los recurrentes ante una fiebre o infección; las cremas hidratantes, el champú de niños, los repelentes, el protector...

Las madres cargamos de todo por si pasa algo. Y, también, para evitar que pase. Por eso se nos suele ver llevando unos bolsos enormes que adentro contienen abrigos, gorros, juguetes, marcadores, cuentos, chocolates o tablets que hagan más llevadero el recorrido.

Y, como también somos optimistas, llevamos algún libro para nosotras, con la esperanza de poder leer en los momentos de silencio o al menos de poder leer sin ser interrumpidas con un “Mamá, mamá” cada dos minutos. No siempre ocurre. Antes tenemos que procurar que no tomen mucho sol o mucho frío, según el destino elegido, que no coman demasiada comida rápida, que corran mucho para que a la noche caigan rendidos y nos quede el final de la noche para un espacio de pareja.

Las vacaciones no son como soñábamos antes, sin horarios ni complicaciones, livianas de equipaje y con jornadas que solo dependían de nuestro ánimo o resistencia. Pero, sin duda, ahora miramos con otros ojos el mar, la nieve y la montaña; todo parece nuevo, todo parece más lindo y espectacular a través de la mirada de los niños. Y nuestras verdaderas vacaciones, aunque agotadoras, es verlos reír, descubrir el mundo y soñar que la próxima nos tocará a nosotras. (O)