Realmente deberíamos decir padres y madres agotados, sensibilizándonos con ese lenguaje igualitario que ahora está en boga. En nuestra sección Enlace el objetivo siempre apunta a enfoques motivacionales –por algo será que nos ‘enlazamos’ a cada hogar– y maneras de enfrentar la complejidad de las relaciones en el núcleo familiar, donde la meta central es esa unidad de cariño y comprensión que nunca se debe perder.

Desde marzo del año pasado mucho de eso se descalabró cuando los padres tuvieron que quedarse en sus casas junto con sus hijos por la pandemia. El resurgimiento a labores presenciales tanto con los papás como con los hijos también conlleva adaptación a otros hábitos que antes se vislumbraban, pero que actualmente son una realidad global.

Los niños pueden estar más distraídos y concentrados en sus pantallas que en lo que un profesor les dice durante una hora, a pesar de la sociabilidad inherente a la asistencia escolar. Eso del agotamiento de los padres me conecta un poco a algunos aspectos de la sociedad en los cuales el papá delega a su esposa mucho de la ayuda con los hijos.

Entonces deberíamos hablar de madres hiperagotadas, porque desde el inicio de los tiempos fueron ellas las que hacían el ritual diario del cuidado de los hijos. Esto se terminó. O debe terminarse. Y si hay alguna lección positiva del terrible caos pandémico, esta responsabilidad igualitaria podría ser un avance histórico en la formación familiar. (O)