Conservadoramente se calcula que en nuestro país seis de cada diez hogares han sido escenarios de violencia física, emocional o sexual de parte del marido a la mujer. El abuso físico por lo general va acompañado de agresión emocional y, en menor proporción, de ataque sexual. Ocurre con igual frecuencia en la ciudad que en el campo. En no pocas instancias, la agresión de pareja puede tener consecuencias fatales, especialmente en tiempos de crisis en los que el umbral de tolerancia a la frustración se empequeñece y las oportunidades de evitar enfrentamientos se reducen.

La violencia matrimonial tiene una grave influencia en el equilibrio psicológico de todos los involucrados, especialmente sobre los hijos, quienes crecen desorientados y aprendiendo a enfrentar sus problemas de la manera en que sus padres los han modelado. No es de extrañar, por lo tanto, que la tasa de violencia doméstica y el femicidio se incrementen con el paso de los años.

¿Se puede predecir, o evitar, la violencia conyugal? Se han realizado estudios longitudinales de parejas, siguiendo su historia desde el noviazgo hasta después de algunos años de matrimonio. Los resultados han demostrado que los patrones de conducta agresiva, cuando existen, están presentes desde el inicio de la relación, usualmente de una manera velada pero detectable. Generalmente la agresividad se manifiesta como la necesidad de tener el control de la relación, saber siempre adónde va su pareja, con quién se reúne (no es raro que se presente intempestivamente, como para sorprenderla en algo prohibido), chequear constantemente su celular, tomar siempre las decisiones, minimizar el aporte de ella a la relación. Nunca es una relación equilibrada.

El alcohol y las drogas exacerban estos comportamientos (que también pueden existir sin alcohol) y no es raro que se produzcan frecuentes escenas desagradables, claro indicio de que se trata de una tendencia. También es factor de riesgo la presencia de alguna enfermedad mental no tratada rigurosamente, por leve que esta sea.

Es necesario que la pareja, en un ambiente de armonía, preferentemente con ayuda profesional, dialogue sobre cómo actuar cuando uno de los dos se dé cuenta de que están entrando en una zona peligrosa en la que se podría generar una crisis, y desarrollar recursos que ayuden a evitar la explosión de violencia.