“Que la bondad sea la norma” es el lema de la fundación Random Acts of Kindness (Actos Impredecibles de Bondad), una entidad que se dedica a animar a las personas a que sean amables consigo mismas y con los demás, allegados y extraños, cada día, en pequeñas y grandes maneras que consigan un impacto positivo en su comunidad.

Usted no puede hacer una gran donación, abrir una biblioteca popular o poner una cocina de beneficencia. Está bien. Pero puede hacer una compra para una persona atribulada, donar un libro o llevar una comida a alguien que está pasando momentos difíciles o agobiado por largas horas de trabajo. El punto es que un simple acto de bondad, inesperado y de costo relativamente bajo para usted, es importante porque toca una vida, llama a la imitación, genera una dinámica bondadosa en su entorno.

La autenticidad de los actos de bondad está marcada por la intención. ¿Qué es lo que nos motiva a ayudar a otros? Foto: Shutterstock

Tan solo entrar en el sitio web (Randomactsofkindness.org) inspira a hacer algo. Un calendario anual de actos de bondad, con sugerencias para cada día, varias de las cuales son de cuidado personal, en beneficio propio. Pósteres, tarjetas, juegos, desafíos y pequeños recordatorios para compartir (ciertos materiales están en español).

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Conversamos con el psicólogo José Eduardo Moreira, del centro Capsipe, para saber hasta qué punto es beneficioso para nosotros hacer el bien a otros. Después de todo, en tiempos como los actuales, muchos se abstienen de ser demasiado abiertos o empáticos por temor a ser malinterpretados o a que alguien se aproveche de su generosidad y vulnerabilidad.

“Hacer el bien puede generar un sentido de satisfacción y conexión emocional, ayudar mucho a encontrar y a generar paz interior”, nos explica Moreira. “Una pequeña obra de bondad puede crear un efecto positivo en las personas cercanas, fomentando un ambiente más amable y propicio a la reciprocidad. Es importante generar y crear empatía principalmente en los infantes, quienes están en plena etapa de desarrollo social y personal”.

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Entonces, hay que empezar por los niños, tanto los que tenemos alrededor y amamos como aquellos que forman parte de nuestra comunidad. Los niños, por lo general, no pueden devolvernos el favor, pero las experiencias buenas que los adultos crean para ellos inciden para bien en su futuro y, como dice el psicólogo, hacen de ellos personas más sensibles.

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Los niños, que están desarrollando sus habilidades sociales, deben ser los primeros receptores de la bondad y el cuidado, para que puedan replicarlos. Foto: Shutterstock

Y para el resto de la comunidad, ¿qué impacto tiene ser testigo y participante de un gesto de amabilidad? Es significativo, afirma Moreira, pues proporciona apoyo emocional y fortalece a la sociedad. “El ayudar sin pedir a cambio, hacer el bien cuando se necesita, es una chispa de esperanza, detonando e incentivando a la repetición de esas acciones”.

“La bondad se entrena. Es como levantar pesas. La gente puede hacer crecer el músculo de la compasión (en su cerebro) y responder al sufrimiento de otros con cuidado y deseo de ayudar”, escribe el doctor Ritchie Davidson, de la Universidad de Wisconsin.

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Y sí, es contagiosa, pero no al verla en fotos, sino que hay efectos en el cerebro de quien es testigo o recibe un acto generoso, pues a más de mejorar su ánimo, lo deja dispuesto a hacer lo mismo y crear una cadena de favores, un efecto dominó que podría mejorar la vida de muchas otras personas, reporta el doctor Jamil Zaki, profesor asistente de Psicología de la Universidad de Stanford.

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¿Por dónde empezar para hacer el bien?

Esta pregunta puede sonar ingenua y poco realista. Pero antes de mirar muy lejos y ponerse metas inalcanzables, usted ubíquese en el presente y en lo que tiene cerca.

Comience con acciones pequeñas y significativas, como mostrar empatía o ayudar a quienes le rodean. En los últimos días tuvimos a conductores de buses que llevaban pasajeros sin cobrar el transporte, guardias de seguridad que se agilizaron en el transporte de heridos, civiles brindando agua y alimento a militarizados ante tantas horas de trabajo continuo”.

Y si ya hay otros que lo hacen, ¿por qué detenerme también a buscar un espacio para ser de ayuda, en vez de ocuparme en mis propios asuntos? Para que la cadena continúe, para involucrar a otros que tal vez tienen menos ganas de mirar al prójimo y darle una mano, nuestros amigos y parientes que probablemente solo se movilizarán en favor de alguien porque se lo pedimos nosotros.

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Por supuesto, nuestras circunstancias pueden sugerirnos que no es un buen momento, que nuestras necesidades son demasiado grandes o simplemente no estamos en nuestra mejor forma justo ahora. ¿Tengo que estar bien conmigo mismo (mentalmente, económicamente, emocionalmente) para poder ser gentil o hacer el bien a otros?

“No necesariamente”, reflexiona Moreira, “pero cuidar de su bienestar emocional puede mejorar la capacidad de brindar apoyo a los demás de manera más efectiva”, amplía.

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Por eso, es probable que, en su caso, la bondad empiece por cuidar de aspectos que ha dejado de lado. Meditar. Escuchar música relajante. Tomar un baño largo. Pintar. Renunciar a juzgar a alguien. Limpiar el espacio personal. Hacer una cita con su médico. Planear unas vacaciones.

Y como la caridad (descrita como una actitud solidaria con el dolor ajeno) empieza por casa, levante la mirada a las personas con las que usted vive, quienes lo cuidan y son bondadosos. Dé las gracias. Dé tiempo. Dé conversación auténtica, interés, escuche sin interrumpir.

¿Está bien hacer públicos nuestros actos de bondad?

En el libro The social instinct: how cooperation shaped the world (El instinto social: cómo la cooperación dio forma al mundo, MacMillan, 2021), de la psicóloga británica Nichola J. Raihani, ella explica que hay que tener cuidado con creer que multiplicamos la bondad al hacerle fotos.

Ser testigo y participantes de un acto de bondad nos impacta de manera diferente que ser espectadores a través de la pantalla. Foto: Shutterstock

“El comportamiento virtuoso no es un truco de magia para ganar prestigio y estatus”, escribe Raihani, quien está convencida de que la gente tiene la capacidad de inferir los motivos detrás de las buenas obras con altavoz. Insiste en que en todo lo que se hace, ya se trate de una empresa o de una persona, hay que usar la transparencia y la autenticidad. Es decir: sí, hacemos esta obra social o colaboramos con esta causa, estas son nuestras políticas o estos son mis principios, y no lo ocultamos, pero tampoco nos alabamos ni nos felicitamos por ello.

En lo personal, se supone que no deberíamos hacer publicidad sobre lo que damos o hacemos en favor de otros, algo así como que la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha, extrema confidencialidad.

Pero en la era de la exposición en las redes sociales, cuando cada quien está tratando de crear su marca personal así no tenga un negocio o emprendimiento, el psicólogo Moreira coincide en que todo está en la intención de cada individuo.

“(Lo que publicamos) puede inspirar a otros, pero es importante mantener la autenticidad y evitar buscar reconocimiento excesivo”. Justamente lo que ocurre en las redes, sea en tiempos de crisis o de calma.

Tal vez sea muy fuerte la tentación de compartir o contagiar lo que hacemos en una foto o un bonito reel. Preguntémonos cuál es nuestra motivación. Dar a conocer una situación en la que no podemos solucionarlo todo y necesitamos convocar a otros para lograr un cambio. Inspirar, agradecer, animar. O ganar unos cuantos seguidores más.

Tal como dice Moreira, hay que preguntarnos de dónde proviene nuestra satisfacción: de influir en la vida de alguien que tendrá un mejor día (o una mejor vida) o la influencia digital, que puede desaparecer a las pocas horas.

Adicionalmente, ¿lo que estoy a punto de subir me hace quedar bien a mí mientras humilla a otros, exponiendo un momento de necesidad o sufrimiento? Esto es muy importante. ¿De qué serviría ayudar a alguien que tiene hambre, pero que no necesita que yo lo exhiba y sí que respete su dignidad?

Eso le quita lo inesperado y lo espontáneo a la bondad, porque se espera una recompensa en forma de aprobación. La auténtica bondad no necesita que el público la apruebe. (E)