Muchos niños hoy conocen a Papá Noel como el hombre de rojo con la barba blanca que entrega regalos en Navidad. Pero la leyenda viene de mucho más atrás, cuando no había traje rojo ni la risa característica (jo, jo, jo), sino un monje llamado San Nicolás.

La leyenda popular dice que San Nicolás regaló su herencia y viajó por el campo para ayudar a los pobres y enfermos. Se hizo conocer como el protector de los niños y fue admirado por su bondad.

De cómo de eso pasó a ser un hombre que habita en el polo Norte y rodea el mundo sobre un trineo conducido por renos voladores… Eso es una creación mucho más moderna. Para numerosas familias, Papá Noel y las tradiciones alrededor de él (escribir cartas, dejar zapatos, medias, botas, galletas y leche, aunque no haya chimenea), son maneras de crear experiencias divertidas y alegres para los niños, un momento en que padres e hijos entran en un juego en el que los primeros recuerdan su niñez y los segundos crean memorias para la vida adulta.

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Creer en algo como Papá Noel, cuando se es muy pequeño, es parte de la fantasía que caracteriza la infancia, un canal de creatividad, imaginación y juego. Llegará el momento en que, sin embargo, lo cuestionarán. ¿Cómo responderles cuando empiecen a tener dudas? Con sensibilidad, y honestidad, por supuesto. Sus preguntas no son incómodas, son signos de inteligencia.

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Durante la infancia, la imaginación hace que la diferencia entre la fantasía y la realidad sea difusa, y los niños creen casi cualquier cosa. A medida que crecen, son más conscientes de la diferencia, pero voluntariamente deciden ‘seguir creyendo’, como parte del juego de la imaginación, o como un gesto bondadoso hacia niños más pequeños que todavía creen en Papá Noel (o el ratón de los dientes), o también como un gesto hacia los adultos (padres y abuelos) que, a todas luces, desean jugar con ellos a que eso es real. Los niños son sensibles y tampoco desean desilusionar a las personas a las que aman. Mucho menos en un juego que culmina con un regalo.

La idea de creer sin ver es fundamental al ser humano, mucho más allá del momento en que se deja de creer en Papá Noel. Nuestros cerebros están configurados para atar cabos y explicarnos por qué suceden las cosas para las que no tenemos explicación, tal como dice el autor Michael Shermer en su libro El cerebro creyente. “Desde fantasmas hasta dioses, políticos y conspiraciones, construimos creencias y las reforzamos como verdades”. Si el adulto lo hace, ¿cuánto más el niño?

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La fantasía es normal y saludable, parte del desarrollo del niño. La mayoría de ellos empiezan a jugar con mundos inventados a partir de los dos años. El tiempo en que un niño pasa jugando con su imaginario se incrementa durante los años preescolares y luego cae entre los cinco y ocho años, lo cual coincide con el fin de la creencia en Papá Noel. Joshua Woolley, profesor asociado del Departamento de Psiquiatría y Ciencias de la Conducta de la Universidad de California, ha escrito sobre este tema, y afirma que adultos y niños tienen similar capacidad de distinguir entre fantasía y realidad (pensamiento mágico). Simplemente tienen momentos en que este es más fuerte, y esto ocurre entre los tres y ocho años, un periodo realmente breve.

A través de la imaginación, los niños están desarrollando capacidades emocionales y psicológicas que los ayudan a entender el mundo. La imaginación, el juego y la fantasía los ayudan a enfocarse, a pensar en situaciones hipotéticas (¿qué pasaría si…?), fortalecer su razonamiento, resolver problemas, desarrollar teorías sobre los demás, practicar sus habilidades sociales, colaborar, negociar… Sin las limitaciones de su entorno, que a veces es muy reducido, de acuerdo a la psicóloga infantil Sally Goddard Blythe, directora del Instituto de Psicología Neurofisiológica.

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Para muchas familias, si Papá Noel fue parte de su niñez, lo más probable es que lo continúen con la siguiente generación. Las tradiciones familiares son importantes para los niños. Crean lazos más estrechos, dan un sentido de pertenencia, y les enseñan sobre la importancia de habitar en familia. Si se incorporan historias familiares, eso les da una base más sólida para ajustarse, para construir su confianza y autoestima.

La tradición puede empezar con escribir cartas o visitar a Papá Noel en un mall. Pero en la situación actual, muchos padres se han decidido por las aplicaciones que permiten personalizar un saludo en video de Papá Noel y compartirlo en las redes sociales. Para muestra, la app Santa Tracker, que permite seguir el recorrido del personaje a través de los hemisferios.

Y si a la familia no le gusta la idea de reforzar la creencia en Papá Noel, eso no quita la importancia de tener tradiciones propias para beneficio de los niños.

Lo que no está bien de ninguna manera es mentir a los niños sobre la existencia de Papá Noel, ni de ningún personaje. Cuando un niño hace la pregunta de si Papá Noel existe o no, es porque ya está en la fase del desarrollo en que empieza a separar entre realidad y ficción, y no los estamos ayudando si les mentimos, dice Amelia Shay, psicóloga clínica de la Universidad Católica de Australia. No se trata de desmentirlo ante todos los niños de todas las edades, sino de hablar con la verdad con el niño que está listo para pedirla.

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Tampoco está bien usar a Papá Noel como una figura de autoridad encargada de premiar o castigar a los niños. “¿Por qué ceder su autoridad (paterna) a un hombre del polo Norte?”, cuestiona Peter Ellerton, educador en pensamiento crítico de la Universidad de Queensland. “Usted compra los regalos, usted coseche los méritos”.

Básicamente, mientras el niño quiera creer, no lo censure, y cuando ya no quiera, no le mienta. Muchos chicos tienen una reacción positiva al descubrir que Papá Noel no es real. Es parte de crecer, y una señal de que están desarrollando su pensamiento crítico. Y después de todo, los obsequios y los festejos no cesan simplemente porque se haya descubierto la realidad.

El psicólogo Jean Piaget, pionero del desarrollo cognitivo, tenía la teoría de que entre los cuatro y ocho años, los niños entran en la fase del pensamiento operacional concreto: empieza a cuestionar progresivamente todas las cosas, se vuelven escépticos de cosas reales e imaginarias (levantarán la ceja cuando papá les asegura que está trabajando, ¡si lo ven en teléfono o en la computadora!), e irónicamente usan su propia imaginación para encontrar respuestas que los convenzan.

Esto, nuevamente, es saludable. Están aprendiendo a pensar por sí mismos y usarán sus habilidades, por inmaduras que sean, para resolver los misterios, a veces sin ayuda de los adultos.

Y por eso es importante que no se les mienta, para que no pierdan la confianza en los padres. Tal vez usted descubra que hace tiempo que lo saben, y hasta pueden ponerse de acuerdo en mantener la tradición familiar por otros niños más pequeños.

Los que ya han dejado de creer suelen mantener una actitud positiva, una vez que ven que sus padres son sinceros. Los más tristes de que la ficción termine suelen ser los adultos, que lo ven como el fin de la inocencia del niño, cuando no es así, dicen los doctores Carl J. Anderson y Norman M. Prentice, autores de un estudio publicado en la revista Psiquiatría Infantil y Desarrollo Humano. (F)