A los 25 años uno se siente tan bien que se olvida que la buena salud necesita mantenimiento. Trasnocha sin mayores problemas para seguir funcionando al día siguiente, le pide ayuda al café, ahorra tiempo gracias a las comidas rápidas y para contrarrestar los efectos, hace una dieta relámpago; se afronta una decepción con unos días de insomnio o unos shots de alcohol. Parece que no pasa nada.