El amor, por ser amor, no esta exento de convertirse en tóxico. En aras de satisfacer el instinto paterno de protección, algunos progenitores pueden llegar a asfixiar a sus hijos y, por evitarles peligros y sufrimientos, les niegan la oportunidad de vivir, equivocarse y aprender. Esos son los padres sobreprotectores.