“Incluso los monos, que se los encuentra por cientos en los pestilentes pantanos de manglar, han huido de esta morada de silencio… [y] la desolación es la reina indisputada”, narra el estadounidense Adrian Terry sobre la travesía a lomo de caballo y a pie que hizo en 1832 por lo que ahora es la vía Molleturo-Naranjal, entre las provincias de Azuay y Guayas.

Terry describe que el descenso sobre esta “selva inhóspita, cubierta de bosques con musgos que cuelgan de sus ramas, una densa neblina, nubes de mosquitos y lodo por doquier” fue “abominable”.

Las frases revelan el carácter infranqueable que tenían estos bosques prístinos que el biólogo ecuatoriano Diego Tirira volvió a recorrer, casi doscientos años después. Sus impresiones, intercaladas con las de Terry, son parte del artículo científico En busca de los últimos monos del Azuay publicado recientemente en el que se cuenta que: “En 25 kilómetros de caminatas continuas por senderos escarpados se revivió las experiencias de Adrian Terry, al cruzar ríos sin puentes, con lodo hasta las rodillas, neblina y lluvia (...). Y se obtuvo quince registros del mono aullador (Alouatta palliata) y siete del mono capuchino (Cebus aequatorialis)”. La presencia de primates en Azuay estaba confirmada.

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Pero las conclusiones sobre el estado de conservación del hábitat no son alentadoras.

Los resultados indican que “cerca de 2000 kilómetros cuadrados de la provincia del Azuay ofrecen el clima adecuado para ambas especies; sin embargo, debido a la deforestación y al cambio en la cobertura en el uso del suelo, apenas el 30 % de esta superficie posee bosques nativos” que podrían garantizar la supervivencia de estas poblaciones de monos.

El mono capuchino (Cebus aequatorialis), al igual que el aullador, están en grave peligro de extinción en Ecuador. Foto: Cortesía de Laura Cervera

El análisis de Tirira demostró que “en la zona comprendida entre los ríos Chaucha y Pan de Azúcar persiste un fragmento de un poco más de 100 kilómetros cuadrados (más de 10 000 hectáreas) adecuado para proteger no solo varias poblaciones de primates, sino también un ecosistema completo”.

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Es un área donde también “hay reportes de otros mamíferos de interés, captados con cámaras fotográficas de disparo automático, entre ellos se incluían algunos venados, pumas y un tapir andino”.

Este último está en la categoría de ‘En Peligro Crítico’ en Ecuador y hasta antes de estos hallazgos se consideraba como desaparecido de la Cordillera de los Andes del país, recalca Tirira.

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“Pero no, todavía sobrevive un grupo de tapires, aferrados con sus dientes a sobrevivir en los últimos fragmentos de bosque húmedo de la provincia del Azuay”, narra el investigador.

El problema es que si bien, casi toda la superficie que ocupan los primates se encuentra dentro de algún bosque protector, entre ellos el Molleturo-Mollepungo, en la práctica, estas figuras de conservación son poco efectivas, dice. “Hasta donde conozco carecen de planes de manejo, de guardaparques y de políticas claras para su conservación”.

El mono aullador pertenece a una de las especies de primates más grandes del continente. Foto: Cortesía de Diego Tirira

La idea de retomar los pasos de Terry surgió en abril del 2018, cuando al visitar la zona de La Iberia, en la parte baja de la parroquia Molleturo y a poca distancia del cantón azuayo de Camilo Ponce Enríquez, Tirira escuchó los bramidos de un mono aullador de manto dorado, una de las cuatro especies de primates registradas en la Costa del Ecuador, indica.

El especialista en mamíferos concluyó en ese entonces que se conocía casi nada de estas dos especies de monos en el área, a excepción de algunos mapas que mostraban el rango de distribución dentro de la provincia andina.

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El interés del científico ecuatoriano, uno de los autores del Libro Rojo de Mamíferos del Ecuador, creció al tener presente que ambas especies se encuentran en peligro de extinción.

Incluso, “la segunda de ellas, el mono capuchino, fue incluida en 2019 dentro de la lista de las veinticinco especies de primates más amenazadas en el mundo”, dice.

Tirira se contactó meses más tarde con la bióloga Noemí Cevallos, quien en esos tiempos era coordinadora de Patrimonio Natural del Gobierno Provincial del Azuay. Ella invitó al científico a presentar una propuesta, por lo que el organismo provincial financió el estudio realizado entre diciembre del 2019 y enero del 2020 .

Ahora Diego tiene la certeza de que habrá el interés por conservar de forma más sólida este hábitat al ser incluido dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas. (I)