Una aguja con movimientos exactos. Quizás a las personas mayores de 40 años les llegue a la memoria el equipo para tocar los discos de vinilo. Sin embargo, existe otra aguja que permitía en el pasado conocer la intensidad de los movimientos sísmicos para su posterior análisis o para alertar de una posible emergencia.

El Instituto Geofísico (IG) de la Escuela Politécnica Nacional (EPN) tiene uno de estos aparatos como reliquia, exponiéndose en la sala de monitoreo digital, bajo varias pantallas que a través de los años se convirtieron en sus sucesoras.

Sandro Vaca, sismólogo del IG, recordó que estas máquinas cumplieron un papel predominante en 1999, durante las erupciones de los volcanes Pichincha y Tungurahua.

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La máquina tiene un panel con botones y perillas que era usado para manipular la velocidad giro de un tambor que sobre sí tenía una placa de color negro. Un panel más pequeño con una pantalla para números y letras. La aguja que estaba sobre el tambor y varios cables que de seguro eran para dar energía al rotor.

El tambor, así lo llaman los sismólogos, giraba de acuerdo al tiempo programado, por lo general, cada raya que contiene el papel duraría un minuto.

Se podía manipular para que el rango de giro sea más lento o rápido, así como la intensidad de movimiento de la aguja. La cantidad de actividad de la aguja que se podía registrar, dependía del tiempo programado para que gire y de la actividad sísmica que se haya registrado en el punto donde se instaló este elemento.

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En la EPN cuentan con varios de estos sismógrafos, todos forman parte del inventario de la escuela de estudios, los mismos que con el paso de los años serían dados de baja, otros sin duda formarán parte de alguna exposición

El tamaño de los tambores también es variable, existen sismógrafos más grandes o pequeños, el que se encuentra en el IG, tiene unos 30 a 40 centímetros de largo. Incluso unos más grandes cuentan con marcadores de tinta.

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Las placas de papel que se colocaban en los tambores eran reutilizables. Sandro Vaca explicó que al terminar su espacio las hojas pasaban por un proceso de ahumado, el mismo que pintaba las hojas de color negro, con una especie de tizne.

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El trabajo realizado por la aguja era el de limpiar la zona según el movimiento que existiera del sector monitoreado. Es decir, según la intensidad sísmica, la aguja tomaba diferentes velocidades de movimiento para que se limpie la zona específica y sirva como registro sísmico.

Actualmente el IG cuenta con un equipo completo de analistas que trabajan desde sus computadoras en el monitoreo de los volcanes con mayor riesgo de sismicidad por su estado de actividad volcánica, así como los puntos donde se han reportado movimientos telúricos. (I)