Un asalto a mano armada, ocurrido hace quince años y que lo dejó postrado en una cama por seis meses tras una herida de bala, hizo que Jorge Mora reflexionara sobre lo que quería hacer con su vida.

Fue un punto de inflexión que lo llevó a una decisión por la que sigue transitando firme sobre los escombros originados del desmoronamiento de las ilusiones de personas desconocidas para él.

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Jorge, de 39 años de edad, arriesga su vida para salvar hurgando entre los restos de lo que era el hogar de una familia tras terremotos o excava terrenos escabrosos con el mismo fin, como el caso del deslizamiento de tierra que afectó la noche del 26 de marzo pasado al cantón Alausí, en Chimborazo. Este hecho deja un saldo de 49 muertos, 39 desaparecidos, 43 heridos y 581 afectados de momento, según la última cifra oficial.

La bala lo hirió en medio de un robo, pero el efecto fue más allá, ya que le enseñó lo valioso de vivir. “Iba saliendo de la universidad (estudiaba Diseño Gráfico en la Escuela Superior Politécnica del Litoral). Tras el asalto llegué a preguntarme qué he hecho con mi vida y siempre me llamó la atención ser bombero. Mi abuelo nos contaba que en el barrio donde creció había una motobomba; el bombero era el que subía y se iba a las emergencias”.

Fue entonces cuando se volvió bombero voluntario. Al inscribirse en la academia, que en ese entonces se hacía en el cuartel n.º 5 Coronel Vicente Adum Antón, ubicado al frente del Teatro Centro de Arte, le pidieron “un chorro de papeles”, según dice, pero solo había llevado la cédula.

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“La secretaria me dijo que entregue lo que tenía y que después llevara el resto. Creo que, si no me hubiese cogido la cédula, no habría regresado”, cuenta.

Además del derrumbe en Alausí, Jorge estuvo en los tres días de incendio de una cartonera, en noviembre del 2020, y en el que la embarazada Paola Flores cayó del cuarto piso del edificio Las Cámaras, en el norte de Guayaquil, cuando intentaba escapar del humo y las llamas, en julio del 2012; también en el terremoto que tuvo como epicentro Pedernales, en Manabí, en abril del 2016, y en el que afectó al centro de México, en septiembre del 2017.

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La mayoría de los eventos son impredecibles, por lo que el llamado no tiene día ni hora específica. Acudió a un incendio durante los primeros minutos del 2021, apenas despidió el año con su hija y su actual pareja.

Cuando fue al incendio en el edificio Las Cámaras recuerda que dejó su puesto de trabajo para acudir al llamado. “No siempre dan los permisos; sabían que soy bombero voluntario, pero a veces no entienden. En ese caso, me fui sin pedir permiso; es más fácil pedir disculpas. Ando con Dios; Él me lleva. Si alguien necesita ayuda, hay que trabajar y cumplir”.

En el caso de Alausí, el llamado llegó la misma noche del domingo 26 de marzo último, y salieron hacia el punto a las dos de la mañana del día siguiente. El trayecto desde Guayaquil fue difícil. La ruta estaba bloqueada por deslaves. Se bajaban para retirar la tierra desprendida y abrirse campo.

Uno de los puentes había colapsado, por lo que atravesaron el río. “Llegamos a las nueve de la mañana. Ya estábamos calibraditos para el tipo de emergencia, que era un deslave”.

Este tipo de desastres era nuevo para Jorge. Las estructuras colapsadas, las que está acostumbrado a ver, yacían enterradas veinte metros bajo tierra. No era coger pico y pala, cavar, topar con la casa, romper la losa para ver si hay alguien y rescatar, según dice. “Cayó con tanta fuerza el pedazo de montaña desprendido que destruyó casas, todo lo que había a su paso”.

Los bomberos voluntarios de varias partes del país llegaron al deslizamiento de tierra ocurrido en Alausí, en marzo pasado. Foto: Priscilla Jácome

El trabajo empezó de forma manual, pero era imposible llegar tan abajo así. “Ese mismo día usamos maquinaria pesada y empezamos a trabajar desde la base del suelo, por los bordes hacia adentro; no por encima, sino por un lado”.

Ante esa tragedia, solo salieron los que quedaron bajo las casas colapsadas al filo de la montaña de tierra y escombros. “De ahí, los que quedaron en medio, ellos no se salvaron. El trabajo allí fue recuperación de cadáveres”.

Sin embargo, la llama de la esperanza sigue latente en los familiares que aguardan. “Se nos tiran. No se sabe si algo está pasando por debajo de la tierra y esa persona sigue viva. Soy muy creyente en eso. El último que tiene la palabra es Dios, no yo; entonces, lo que hago es buscar. ¿Hay alguien allí? Listo, vamos a buscarlo, a hacer el intento; vamos a darlo todo, lo humanamente posible”.

Cuando fue el terremoto en Manabí, Jorge era teniente, por lo que se trasladó a Manta. Llegó en la madrugada del domingo (el sismo fue a las 19:00 del sábado 16 de abril del 2016), apenas horas después del hecho.

“Fuimos el primer equipo de rescate en llegar. Todo parecía una película de terror, como de esas tipo fin del mundo. Una ciudad completamente a oscuras, niños en la calle, gente empolvada llorando. A medida que uno avanzaba se iba topando con los heridos. Fue un choque bastante fuerte, pero para eso nos entrenamos y capacitamos”.

¿Cómo se salva una vida?

Jorge Mora Bonilla es tecnólogo en seguridad y salud ocupacional, y ahora es instructor del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. "De la pluma hacia dentro de la academia, a mí me pagan por dar clases; de la pluma para afuera de la academia, voy gratis ante un incendio o cualquier emergencia: soy bombero voluntario". Foto: Francisco Verni

En medio de la tragedia, Jorge conoció a don Benigno, cuya casa de dos pisos ubicada en el sector de Miraflores, en Manta, había colapsado en un 90 %.

“La primera losa cayó por completo y solo quedó en pie una línea de pilares sobre la que descansaba todavía la terraza. El señor estaba justo en medio de la sala, debajo de todo eso. En el momento de caer todos los objetos contundentes, como los muebles, se rompieron y formaron abultaciones, en las que queda un espacio vital aislado en el que él quedó”.

Don Benigno, que en ese entonces tenía 80 años, estaba bien, pero no podía salir desde debajo de los escombros. Solo pedía agua. “En el aniversario del terremoto en abril del año pasado (a seis años del terremoto) nos saludó por las redes sociales. Seguía vivo”.

La técnica de búsqueda, localización y rescate incluye como uno de los primeros pasos un “llamado y escucha”. Jorge preguntó si había alguien con vida y colocó su oído por encima de la estructura colapsada. La táctica se hace en medio del silencio absoluto. Pueden ser gritos, golpes o palabras.

Benigno pidió ayuda enseguida y recibió agua en una jeringa a través de una manguera de jardín. El rompimiento se hizo de forma técnica para abrirse paso hacia el punto donde se encontraba el afectado. “Este tipo de rescates llevan tiempo. Empezamos a las cuatro de la mañana (del domingo 17 de abril del 2016) y lo sacamos a las seis y media, es decir, demoramos dos horas y media. Dejamos a don Benigno en la ambulancia y seguimos al siguiente punto”.

Era un hotel de cinco pisos que había colapsado. Una madre con sus dos hijos, de nueve meses y cuatro años de edad, quedaron atrapados.

En ese caso se hicieron dos equipos: uno para rescatar a la madre y otro con el fin de poner a salvo a los menores de edad; estos últimos estaban bien, pero no podían salir como Benigno. “El problema era la señora, que estaba herida: había quedado aprisionada del pie. Hubo que entrar y meterse en medio de las losas, que estaban inestables”.

Una de las calles afectadas por el terremoto de abril del 2016, cuyo epicentro fue en Pedernales, en Manabí. Foto: Christian Escobar Mora Christian Escobar Mora

Al mediodía del 17 de abril del 2016 fue rescatada la madre con sus dos hijos (la labor había empezado siete horas antes). Los tres estaban acostados, uno junto al otro.

“Allí no hay posiciones naturales: quedan como les cayó la losa; solo ella estaba apretujada. En estas situaciones, uno se da cuenta del amor de una madre. Mientras hacíamos los huecos para llegar donde ellos, nos decía que salvemos a los niños, que se los lleven de allí, que ella no importaba”.

Jorge dice que, cuando narra los eventos en los que rescata, recibe elogios.

¿Le dicen que es un héroe?

Sí, muchas veces, pero no me considero así para nada. Automáticamente les digo que no. Lo que sí considero es que soy una persona que hago mi trabajo con amor. Este trabajo debe ser hecho con el corazón.

En el terremoto de Manabí rescató a cinco personas, pero la esperanza se va diluyendo con el tiempo. Después ya todo es muerte. Recuperación de cadáveres.

“En los rescates se aplican técnicas. Hay que apuntalar las estructuras para poder entrar. Hay que sacar cálculos del peso, qué apuntalamiento se debe poner, cada cuánto se coloca un poste. El tema es complicado, y para eso entrenamos”, dice Jorge.

Al final sí surgen preguntas en medio de estos desastres. “¿Qué hubiese pasado si me quedaba un día más, escuchado una vez más o haber llegado minutos antes?”. Jorge acude a psicólogos para estas descargas emocionales.

“Pero siempre algo queda de cada emergencia, así uno trate de ser fuerte, siempre te dices: ‘Pude haberlo hecho mejor’”. (I)