El olor a sangre es insoportable. Se mete en la nariz, en sus pensamientos, está allí. Y no se va, nunca se ha ido. Es una tortura.

El olor permanece latente desde aquel 28 de noviembre del 2023, cuando la intentaron matar. Le llega infaltable, la atormenta, le genera pesadillas, le recuerda el instante cuando quien era su novio la atacó con un pedazo de vidrio y ella hizo de todo para defenderse.

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A Shesnarda Quijije las noches se le han vuelto interminables. Apenas puede dormir. Y ya han pasado cuatro meses desde el atentado. Ella sobrevivió a un intento de femicidio y ahora trata, lucha por retomar su vida; esa que casi le quitan.

Es un lunes soleado en Manta, provincia de Manabí. Shesnarda sale de la habitación de su casa, ubicada en el barrio Miraflores y se acomoda en un mueble. Ha intentado dormir, dicen. Últimamente eso es un desafío. Se acuesta, pero no logra conciliar el sueño. Los médicos le han recomendado pastillas. Le han dicho que con eso logrará hacerlo, que lo intente.

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“Es imposible dormir. La noche es una tortura. Mis amigas llegan a casa a dormir, mis primas me acompañan. A veces pienso que él va a llegar a romper la ventana de mi cuarto, a intentar matarme, como ocurrió el día del atentado. Y ese olor a sangre que me llegaba hace que reviva los miedos”, expresa.

Shesnarda tiene 31 años. Es una chica delgada, de tez blanca, de voz suave, pero firme. Trabajaba como odontóloga. El día que la intentaron matar estaba en su consultorio.

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“Estaba trabajando. La puerta era de vidrio. Él (su exnovio) la rompió y con un pedazo de vidrio empezó a atacarme, lo usaba como puñal. Yo intentaba esquivarlo, pero me agarraba del cabello, me sacudía con fuerza, mientras buscaba mi rostro para cortarlo. Yo me cubría y él me apuñalaba con el vidrio, lo clavaba en mi espalda. En un momento ambos caímos al suelo. Yo me defendí como pude. Fueron cerca de 8 minutos de terror. Había sangre por todos lados. Pasaron muchas cosas, demasiadas, hasta que llegaron los policías y me ayudaron”, relata.

Las manos de Shesnarda quedaron con cicatrices luego del ataque.

Shesnarda añade que luego del ataque ambos fueron llevados al hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Quedaron internados en habitaciones diferentes, pero en el mismo piso. La familia de Shesnarda pidió que los cambiaran. No querían estar cerca del agresor, pero asegura que no les hicieron caso.

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“Mi familia se turnaba para cuidarme, porque yo no quería estar sola, Incluso pedíamos ayuda a otras personas para aquello”, recuerda.

Luego de un mes la retiraron del hospital. Aún no era el momento de salir, pero su familia tomó la decisión. Ella no quería estar allí, tenía ataques de pánico.

La llevaron a su casa. Asiste a las terapias siempre acompañada. Es que la recuperación física es compleja, pero la más difícil ha sido la psicológica.

Cuando sale a la calle no está tranquila, mira para todos lados, siente que la persiguen. Tiene miedo, dice, de que envíen a alguien a hacerle daño. El agresor está detenido acusado de intento de femicidio, un delito que hace una década se tipificó en el Código Orgánico Integral Penal (COIP). El juicio está en curso.

Aun así, ella tiene miedo, no logra andar sola, es frustrante, comenta. Ha perdido su vida.

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“Yo antes iba al gimnasio, salía con amigos, tomaba un café en la calle, conocía personas. Ahora tengo que cuidarme de quienes están alrededor. No puedo subir fotos a redes sociales. La Policía me ha recomendado no ir al gimnasio. Eso para mí es chocante”, expresa la joven.

Ella asegura que no solo ha sido la experiencia de casi morir, sino la revictimización. Es que la gente, a veces sin querer, la hace sentir mal con un comentario, con una simple frase que no ha sido analizada.

“Hay que cambiar como sociedad, debe existir mayor celeridad en las leyes. Siempre se termina cuestionando a la víctima y no al victimario. Muchas personas decían ‘ellos tenían problemas, ella lo provocó’. Nadie sabe los problemas de cada persona. Dejen de juzgar. Nada justifica lo que pasó. Ya venía teniendo comportamiento de violencia. Puse límites, pero me atacó. Lamentablemente, algunas mujeres no logran sobrevivir”, señala.

Shesnarda fue la excepción. Fue parte de una estadística poco probable, la estadística que pocos cuentan. Es que siempre se habla de las que fallecen, de las que no lo logran. Por ejemplo en el 2023 se registraron 43 femicidios en Manabí, fue la segunda provincia del Ecuador donde más casos se registraron durante ese año.

La primera fue Guayas (91 casos). Poco se sabe de las sobrevivientes, de las que por alguna razón logran vencer la muerte.

Las secuelas tras la experiencia

“Las sobrevivientes sufren mucho”, comenta la psicóloga Ana Figueroa.

“Ellas quedan con daños psicológicos, hay miedos, temores, miedo a salir a la calle, miedo a dormir solas. Es una gama de emociones negativas con las que deben luchar”, añade la profesional.

La especialista comenta que las secuelas son permanentes, pueden tardar meses en desaparecer, en apaciguarse. Todo depende, además, del apoyo familiar y profesional que reciban.

También hay traumas, cosas y recuerdos que le hacen revivir el momento del ataque. Figueroa cuenta que trató a una sobreviviente de un intento de femicidio. Tuvo muchos progresos en seis meses, pero no lograba dormir, por lo que debió derivarla con un psiquiatra para que le diera medicinas que puedan ayudarle.

Shesnarda está en esa etapa. Ella toma medicinas para dormir. A veces lo logra por unas horas. Pero allí están los recuerdos, allí están las cicatrices en sus manos, el dedo con el nervio cortado que en las mañanas permanece inmóvil, los puntos (suturas) en el cuello, en la espalda.

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Todo está allí y le recuerda que es una sobreviviente, que los médicos hicieron lo que mejor pudieron para sanar el rostro y el cuerpo. (I)