Durante muchos años, con frecuencia, escuché a un querido profesor lamentar que muchos médicos jóvenes que emigraban a otros países para cursar su especialidad terminaban no regresando al Ecuador. “Si todos regresaran, nuestra medicina y nuestro sistema de salud mejorarían enormemente”, sostiene él hasta ahora. No dudo en absoluto de cuán fundamentada está esa afirmación. Es más, la comparto. No obstante, la realidad se presenta de manera diferente y –particularmente yo– veo esa posibilidad cada vez más distante.

No todos nuestros médicos recién graduados logran especializarse afuera. Creo no equivocarme si digo que la mayoría permanece en nuestro país, realicen o no un posgrado nacional. Por muchísimas circunstancias, aunque quisieran hacerlo, muchos no logran salir. Idioma, motivos personales o económicos, conocimientos insuficientes son algunas de las razones que les impiden aprobar el ingreso en los sistemas educativos de otros países. Contar con conocimientos y con apoyo económico son factores fundamentales para disponer de la posibilidad de realizar un posgrado en el exterior. Dolorosamente, hay que reconocer que nuestro país está muy atrasado y desactualizado en la práctica clínica general de la medicina, sobre todo en la atención pública hospitalaria. Nuestros vecinos limítrofes nos llevan varios años por delante, no se diga Chile, Argentina, México, Norteamérica o Europa.

La investigación científica avanza velozmente en el mundo, los exámenes para diagnóstico y los tratamientos van cambiando y actualizándose a pasos agigantados. Ese es el ritmo de estudio y de trabajo al que se ve expuesto todo médico joven que emigra. Y son su esfuerzo, su disciplina y la preparación académica las herramientas que le permitirán adaptarse y sostenerse hasta culminar la especialidad. Mientras tanto, acá, nosotros aún luchamos por mejorar un cuadro básico de medicamentos, por acceder a mejores y actualizados exámenes de diagnóstico y fármacos, por brindar tratamientos multidisciplinarios, por crear más posgrados y fortalecer los existentes, por estimular y financiar la investigación. Esa brecha que nos separa con el ejercicio de la medicina de excelencia se amplía cada vez más.

Los jóvenes médicos que se especializan en países del denominado primer mundo se insertan en ese sistema de innovación y alta tecnología, tienen acceso a exámenes y medicamentos de última generación en su diario ejercicio profesional. Una vez concluido el posgrado, quienes regresan a nuestro país sufren –penosamente– la frustración de no poder aplicar todo lo que han aprendido y toman conciencia de cuán atrasados estamos. Entonces, para sobrevivir hay que retroceder. Triste realidad. Los exámenes que necesitan no están disponibles y con mucha suerte podrán acceder a medicamentos básicos. Acostumbrados a un sistema y a un ritmo de trabajo diferentes, deben desacelerar y adaptarse a nuestro lento paso. Unos terminan acostumbrándose y tienen sus motivos para quedarse; otros, en cambio, se resisten y, tan pronto como hay una oportunidad, emigran otra vez. Como país avanzamos tan lentamente en materia de salud que cada vez más nos distanciamos más de los demás.

Entonces, entiendo perfectamente a todos aquellos médicos jóvenes que tuvieron la oportunidad y decidieron ejercer en países de avanzada. Su esfuerzo por crecer académicamente no es compensado con un sistema de salud como el nuestro, que en los últimos años se ha ralentizado más de lo habitual. (O)