Pero, si queremos que lo esté, por supuesto que nos volcaremos a ellas manifestándonos como no lo hacemos en otros espacios. Esta posibilidad es asumida por muchos, sobre todo, por quienes la utilizan para ejercer sus deseos de decir lo que quieren sin tapujos ni reservas de ninguna índole y más bien desde la ira y la necesidad de gritar su disconformidad, su rebeldía, su denuncia contra el sistema y contra las personas. Casi no hay límites y por eso, la expresión en redes es para muchos la cima de la libertad y debe ser vivida porque las normas y la contención, para ellos, es el aprisionamiento del individuo que como tal debería ser el objetivo último y mayor de todo modelo de convivencia y no la agrupación, ni las responsabilidades de cada quien frente a los otros, derivadas de la coexistencia organizada.

El grupo y sus implicaciones, que evidencian –por obvias– las obligaciones del individuo con los otros, ha cedido en importancia en la vida diaria a lo individual que reemplaza a lo que las personas le debemos a cualquier comunidad, cada vez más relegadas frente a la reivindicación cultural del individuo que se posiciona como centro de lo social en una suerte de descontrolado egoísmo personal que no ve ni siente su correlación con los otros y menos aún con la trascendencia social.

Así, sin freno interno de ninguna índole –porque los límites existentes tienen que ver con el denostado sistema del cual todos formamos parte y que se define por nuestras acciones y omisiones– las normas y los deberes son arrasados por individuos que desde su convencimiento de que no tienen obligaciones frente a nada ni a nadie, exigen respeto a lo suyo sin procesar su responsabilidad frente a los otros. Este escenario explica las agresiones a la autoridad cuando intenta controlar que no liben en espacios públicos, cumplan con las medidas de seguridad sanitaria o cualquier otra norma.

Hemos hecho tanto para quitarle la importancia al otro, al orden y al respeto, que sin necesidad de que la sociedad teorice sobre el tema, ese conocido activismo de una intelectualidad y de una corriente mundial que ha logrado imponer sus criterios, da como resultado esta alevosía desafiante frente al ordenamiento y a los sistemas sociales.

Por eso, las redes son para muchos la vida misma. Porque ahí ellos son libres sin restricciones ni ataduras, porque ese es su ideal de autonomía y porque es mucho más difícil estar con los otros, convivir y ejercer la libertad con ellos y para ellos, buscando la delicada armonía que se construye desde el respeto a las diferencias y a los sistemas de convivencia concebidos y puestos en vigencia con ese objetivo. Muchos ciudadanos no están en redes. No sé si los mejores o peores, pero no están y no por eso no existen como afirman quienes defienden la inconsistente tesis –pero que igualmente se impone como verdad porque muchos la repiten– de que ahí, en las redes, se juega todo, afirmación que es posible tenga visos de verdad, pero no representaría nada positivo, sino que sería una clara muestra de que el ruido mediático es el escenario cultural que nos identifica como sociedad. (O)