Carisma es la capacidad para atraer o fascinar, o un don gratuito que Dios concede a alguien en beneficio comunitario. Hitler, Perón, Castro, Kennedy, Febres-Cordero, Kirchner, Lula, Chávez y Correa han sido políticos carismáticos, más allá de sus grandes aciertos o sus brutales errores. Inteligencia, astucia, oratoria, persuasión, gestualidad, firmeza, energía son atributos que los definen.

En tiempos de múltiples malestares y pocas certezas, de crisis de legitimidad de los gobiernos, y de falta de respuesta a problemas acuciantes, la concepción sobre el carisma muda de espacio. De la devoción a un líder mesiánico, un estratega de guerra, un estupendo orador, o un adonis, hoy se valora el potencial político para generar confianza y establecer orden frente al caos. Un carisma institucional, ético y ambiental, en busca de cambios estructurales. Pero esto, afirman algunos autores, implica secularizar el carisma, separando el ámbito público de lo sobrenatural y religioso, despojando al político de un olor a santidad.

Lo anterior no excluye que un dictador carismático, un político populista o un líder antisistema puedan encender la pasión colectiva. El eros obra de forma sorprendente, estableciendo entre el líder y la multitud una suerte de enamoramiento. Lo decía Freud en Psicología de las masas y análisis del yo: La afectividad de quienes integran la masa se intensifica y la capacidad intelectual se limita notablemente, porque el objeto de adoración se coloca en primer lugar. Y aunque es posible la metamorfosis del carisma, debido a su rutinización, los seguidores de un líder carismático lo siguen amando, ya sea por su forma de ser o de hablar, por sus ademanes o por alguna particularidad física.

Rosa Montero, en Dictadoras. Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia, refiere que hay una relación directa entre “la pequeña historia de la intimidad y la gran y devastadora historia de las dictaduras”. Hitler, obsesivamente protegido por su madre, atraía a las mujeres por su mirada y su aparente indefensión: sus ojos eran “intensos, fijos, hipnóticos”. Le gustaban las jovencitas, rozando la pedofilia; y ellas, antes vivaces, se suicidaron, o lo intentaron. Cita Montero que, según el pianista E. Hanfstaengl, la multitud representaba para Hitler “un sustituto de la mujer que parecía incapaz de encontrar y satisfacía un deseo violento y agotador. Los ocho o diez minutos de un discurso parecían un orgasmo de palabras”. Es curioso que, al mismo tiempo, Hitler ordenara aniquilar a millones de personas, fuera de todo sentido.

Teorías psicológicas que han aportado a la comprensión del carisma describen un pasado familiar, a menudo turbulento, en personas carismáticas, que las vuelca a lo público como sustituto de un ideal de armonía. H. Kohut sostiene que los políticos narcisistas, cuando detectan matices de deseo narcisista en otros, los someten a su control, como si fueran sus extremidades, sus pensamientos y sus actos. Varios estudios coinciden en señalar que rara vez los líderes carismáticos tienen sucesores con carisma y es por lo mismo que podrían reaparecer. ¿Coincidencias? (O)