¿Han notado que todos expresan la palabra democracia y todos hablan de ella? Los líderes políticos o los candidatos se llenan la boca de este término. Pero ¿de qué democracia hablamos? La China comunista se describe como democracia. Igual apelativo reclama para sí la Cuba totalitaria o los regímenes autoritarios de Venezuela o Nicaragua. En los discursos de Duvalier, Stroessner o Pinochet mencionaban la expresión democracia. Igual los dictadores del siglo XXI.

No es posible hablar de democracia como un vocablo de entendimiento único. Es un término que se presta a interpretaciones múltiples, puesto que le agregan variados adjetivos: democracia directa, representativa, orgánica, participativa, deliberativa, plebiscitaria, restringida, telemática, etcétera.

Más allá del adjetivo, veamos las condiciones que varios de los más acreditados politólogos mencionan como esenciales e inherentes al régimen que merece ser calificado como democracia:

1) El poder limitado y sujeto al control político, que resulta ser la antítesis de los regímenes despóticos. 2) El poder distribuido, con los correspondientes frenos y contrapesos, opuesto al poder concentrado. 3) La representación como factor imprescindible, pues no hay democracia posible en la sociedad moderna sin que sea representativa; las viejas democracias “directas” de la antigua Ciudad-Estado eran de exclusiones. 4) Poder visible y no opaco, es decir, el régimen que transparenta sus decisiones. 5) Elecciones competitivas, libres y sufragio universal. 6) Jueces y justicia independiente, no sometida al poder. 7) Control constitucional y controles jurisdiccionales. 8) Acceso a la información pública y fuentes de información diáfanas. 9) Libertad de expresión, de información, comunicación y prensa. 10) Libertad de agruparse en las distintas organizaciones, como manifestación del pluralismo social. 11) Pluralismo político expresado en la diversidad ideológica y programática de los partidos, ya que el partido único pertenece al totalitarismo. 12) Regla de la mayoría, que respeta y no aplasta a las minorías; etcétera. Y quedan en el teclado otras adicionales.

Si bien la democracia alcanza su legitimidad en los procesos electorales y en la representación, cuando pierde representatividad y credibilidad se deslegitima. Ahí, no solo la representación sino otros referentes institucionales pierden la confianza ciudadana, y el ambiente se rebosa del discurso que desprecia y estigmatiza la política, o pretende prescindir de la representación. Y eso no es posible, porque no existe democracia sin representación y sin política.

Vivimos un proceso electoral inherente a la alternancia y esencial en un sistema democrático. La democracia de representación debe nutrirse de participación y control genuinos. El escenario configura una crisis complicada y sin precedentes. La elección del 7 de febrero es una oportunidad para regenerar la política, rehabilitar las instituciones y construir acuerdos y consensos. Superar la escisión fraguada por quienes propagaron la política del rencor. La representación y la democracia necesitan ser defendidas. (O)