Las personas de larga existencia, de manera frecuente los jubilados, se pronuncian o escriben que están en espera del momento final de sus vidas. Se ensordecen al escuchar estímulos de alegría ya que pasan apesadumbrados calculando los pocos días, meses o años que suponen que les quedan por vivir. De forma melancólica se despiden de familiares, amigos, en las festividades tradicionales como la Navidad, el fin de año. Con lastimeras voces pronuncian “este es el último año que estoy con ustedes”, que esperan el momento de morir. Otros adultos formulan deseos de vivir a plenitud.

He aquí dos actitudes opuestas y no ocurren porque unos sean pesimistas y otros optimistas, ya que es propio del ser humano la existencia de un balance mental de estos dos principios. Lo útil es utilizarlo a conveniencia, ya que no podemos siempre ser positivos o negativos reafirmándonos bajo dicho principio que el ser humano desde el momento de su nacimiento comienza a envejecer y por ende a morir. El proceso evolutivo de la vida es que nos desarrollamos física y espiritualmente, por tanto el envejecimiento al ser parte de ese proceso no es un estado solo degenerativo, sino normal que se desarrolla en el cuerpo, células, piel, etc. Este proceso se manifiesta dentro de un indetenible avance que en ocasiones es interrumpido por enfermedades tempranas y el cuerpo comienza a sacar fuerzas con el ímpetu de ese soplo que se llama vida para tratar de no sucumbir. La vida es una sola y bajo todas las circunstancias es bonita. Ningún ser humano en sus sanos cabales reniega de haber nacido. El carácter con que se distinguen los malos y buenos hábitos sirve para desarrollo corpóreo y mental y saber comportarnos en la sociedad. Si nos envilecemos en el triunfo y sufrimos al extremo por las derrotas, estamos desperdiciando el inmenso tesoro que es la vida que tenemos que descubrirla cada día, ya que se oculta entre pequeños motivos y cosas a los que no les prestamos la más mínima importancia, como la dulzura, alegría, solidaridad, el trato afable, saludo afectuoso, abrazo, etc.; cosas y motivos de fácil aplicación sin desentendernos del hoy. (O)

César Antonio Jijón Sánchez, Daule