Trabajé 42 años en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Guayaquil. Me entregué con pasión a mi trabajo. El tiempo pasó volando y llegó el momento de enfrentar la jubilación. Una mezcla de emociones me invadió: por un lado, el anhelo de un merecido descanso después de décadas de entrega y sacrificio; por otro, la nostalgia de dejar atrás una parte tan significativa de mi vida.

Mi jubilación complementaria me fue pagada hasta el 2 de marzo de 2018 y, debido a un cambio en la administración de la universidad, argumentaron que ya no tenían fondos para seguir pagando a sus jubilados la jubilación complementaria. Sin embargo, la respetable Corte Constitucional ya ha ordenado a la Universidad de Guayaquil que nos pague. A pesar de la espera y la esperanza, ese dinero no ha llegado a mis manos ni a las de muchos jubilados en la misma situación.

La angustia se apodera de mi ser. ¡Tengo gastos, pero no recibo mi dinero legítimamente! Mis compañeros jubilados también necesitan esa compensación para sobrellevar sus vidas con dignidad. Muchos transitamos en la jubilación una etapa en la que los recuerdos y las experiencias se vuelven tesoros preciados. Nos encontramos luchando por el reconocimiento de nuestros derechos y de la justicia. A través de mis palabras y también de mis compañeros jubilados, exigimos que se cumpla la orden de la Corte Constitucional. Nuestros años de servicio deben valorarlos. Esta compensación es más que un simple pago: es un acto de respeto a los jubilados, que enfrentamos cambios en nuestra vida diaria, pero no deben impedir que disfrutemos de una jubilación tranquila. Reclamamos lo que nos pertenece, no por capricho, sino por justicia y equidad. (O)

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María Eugenia Martínez Lascano, jubilada, Guayaquil