Aceptar la realidad es un desafío complejo para el ser humano. Sin embargo, es un ejercicio que debemos hacerlo todos y a diario. Es lo sano y elemental.

Extraerse de la realidad, confiando que las situaciones complejas pasen, como esperar que escampe, no resuelve las cosas, solo las agrava y posterga. La vida cotidiana está llena de acontecimientos que debemos resolver y a los que hay que plantarles la cara. Sobre la realidad de la vida es que los seres humanos debemos planificar un mejor futuro.

La política, en particular, requiere como ninguna otra actividad un abrir de ventanas a la realidad, no la que transita los corrillos de la burocracia, sino la que emerge de las calles. Los gobiernos, por lo general, tienen tendencia a confinarse en una especie de circuito cerrado en el que solo las mismas voces se escuchan entre sí, sin ninguna retroalimentación externa. Las puertas de los despachos de los que gobiernan tienen el terrible problema de que mientras más se cruza por ellos menos escuchan.

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Hace mucho un político bautizó esta situación llamándola “la nube rosada”. Esa nube que hace creer que sobre las oficinas públicas todo es hermoso y colorido, haciendo incapaces a los funcionarios de avizorar la tormenta que aflige a los ciudadanos. Oír a los de afuera es un ejercicio fundamental para los que ejercen el poder.

Escuchar (...), analizar el mundo cotidiano, alimentarse de la opinión ajena, es algo que el buen ejercicio de gobernar reclama.

Sobre Ecuador se ciernen varias amenazas de todo orden. El narcotráfico hace rato invadió casi toda actividad. Vivimos bajo la amenaza del sicariato y el enfrentamiento entre carteles, mientras el poder político hace un esfuerzo que resulta escuálido comparado con la artillería y recursos de los adversarios. En la pura arena política, la crispación es enorme. La oposición busca la inestabilidad para abrirse nuevamente espacios de poder. Ante eso, hay que abrir las puertas, escuchar, usar una metodología para leer anticipadamente el clima social y político, para luego actuar.

El rol de la prensa formal, de orientar e informar, ha sido demolido por las redes sociales, donde la “tendencia” reclama el valor de verdad absoluta. Los retuits y likes son los que determinan qué es verdad o qué es mentira. Los troles y bots imponen un relato que la sociedad hambrienta de conflicto asume y absorbe haciéndolo suyo.

La Asamblea hace mucho perdió el rol de legislar y fiscalizar sin sesgos. Hoy es un instrumento de la inestabilidad y de los apetitos políticos. Su misión hoy es confrontar, destruir y romperlo todo. Por eso, entre otros males, es la institución pública más rechazada por la ciudadanía.

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El escenario más complejo lo compone la calle, por un lado, la Conaie, un actor político que se frota las manos para jugar el rol desestabilizador y violento que se le ha asignado. Por otro lado, grupos sociales, no violentos, que por descuido gubernamental podrían juntarse a cualquier movilización, el sector agropecuario es uno de ellos.

Escuchar, abrir puertas, analizar el mundo cotidiano, alimentarse de la opinión ajena, es algo que el buen ejercicio de gobernar reclama. Estamos a tiempo, aunque no parezca. (O)