Escribo este texto en respuesta a Vanessa Terán, quien contestó mi columna sobre el poliamor. Así honro la posibilidad de un intercambio público de ideas, de manera amistosa y respetuosa, donde no huimos a la complejidad del tema, sino que reconocemos la necesidad de debatirlo.

¿Poliamor? No, gracias

Vanessa defiende el poliamor en tanto la libertad del individuo de elegir. ¿Qué es la libertad? Actualmente se la reduce a la posibilidad de escoger. Noción que viene desarrollándose desde el siglo XVII, y como una degeneración de planteamientos liberales. Es una visión extremadamente individualista, donde la interferencia sobre la capacidad de accionar del individuo debe ser reducida al mínimo y en la postmodernidad, incluso sin interferencia de la cultura. Coloquialmente podríamos decir: “yo debería poder hacer lo que yo quiera”. Hayek a esto lo llamaba el “falso individualismo”. ¿Se debe entender a la libertad como la posibilidad y derecho de satisfacer, en todo momento, mis deseos? Desde Grecia, sabemos que esto no es posible. La libertad no está sola, sino que debe ser ejercida junto a otras virtudes, como la verdad, la sabiduría y la prudencia. Estas últimas deben ser guías del accionar del hombre libre, pues de lo contrario cada uno hace lo que quiere y de hacerlo, el orden y progreso no sería posible.

La libertad en el amor no puede reducirse a la posibilidad de elegir varias parejas simultáneas para satisfacer los diversos deseos, que diversos individuos pueden despertar en mí. Podría ser entendida como mi decisión de responder al deseo que despierta en mí una persona especial, con la intención de cultivar y desarrollar una relación. El amor nace espontáneamente en mí, no controlo yo de quién me enamoro, en ese sentido yo no lo escojo, el amor me escoge. Nuestra libertad radica en aceptar ese llamado o rechazarlo, y cuando lo elegimos de hacer el mejor esfuerzo, porque no somos perfectos, de llevar dicha relación bajo principios que se corresponden con la Verdad. El deseo de exclusividad es natural en nosotros, de ahí los celos. Algunos de los principios que guían nuestras relaciones, a más de las grandes virtudes, provienen de siglos de desarrollo evolutivo que han ido perfeccionándose, en ese sentido, son reglas naturales.

Y otras que nacen de la privacidad de la pareja. El poliamor niega esta naturaleza.

Los conceptos y las definiciones importan pues nos dan un terreno común sobre el cual podemos desarrollar la vida social. ¿Si cada uno va por ahí con una definición propia, cómo creamos orden, objetivos y una vida en común? Cuando sucede esto ocurre lo que llegan a firmar Dossie Easton y Janet Hardy en su libro Ética promiscua, al decir que debemos regresar a un sistema tribal para el amor y la crianza de los infantes. Esto pone en duda las bases del proceso civilizatorio que hemos logrado alcanzar.

El amor de pareja monógama no es solo una opción más, es una relación que se ha ido perfeccionando en el tiempo, y que ha permitido la civilización de la que disfrutamos, en ese sentido al tratar de definirla, al tomar en cuenta su evolución, es decir su historia, tratamos de encontrar la Verdad en y del amor. (O)