Dieciséis. Me tomé el trabajo de contarlos y sí, eran 16 los huecos en un tramo menor a 200 metros de una calle céntrica de Guayaquil. De diferentes dimensiones, tan amplios algunos que no permiten escapatoria porque se toman buena parte de la calzada. Y de variadas profundidades: desde los que generan remezón poco agradable a los riñones y la columna vertebral, hasta los que destrozan sistemas de amortiguación por más pintado que sea el carro. Un verdadero paseo lunar urbano.

Esa es, lamentablemente, una de las últimas imágenes que nos quedan en Guayaquil de la administración que se va mañana. Un rasgo doloroso de la ineficiencia que en algunos aspectos la ha marcado y que, aunque es verdad que ha llovido hasta el abuso, no supo resolver al menos para que el cierre de su paso por el sillón de Olmedo tenga un recuerdo amigable. Y la excusa aquella de que el asfalto de producción nacional es tan malo que provoca esos daños ya es menos sólida desde cuando su antecesor, ante similar situación, optó por la importación de asfalto de mayor calidad.

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Es realmente penoso que, a pesar de las críticas que la acompañaron siempre, el éxito de una tendencia que sacó del fango al Guayaquil de 1992 se vea ensombrecido por un cierre quemeimportista de gestiones, 31 años después. Décadas en las que pasó de ser “La Calcuta de América” como la calificó alguna vez un medio internacional –poniéndola al nivel de la empobrecida e insalubre ciudad de la India– a una ciudad pujante, moderna, convertida en destino turístico interno y externo en alza.

Con un relleno sanitario que terminó con el inmundo transitar de chamberos por el botadero de San Eduardo; una red de mercados que terminó con la especulación y abusos de intermediarios en sitios de abastos asquerosos; con una recolección de basura que no ha dejado de batallar con malas costumbres de lanzarla a la calle; un malecón que pasó de ser el refugio oscuro de maleantes y escenario de la prostitución, al símbolo de que una ciudad decadente se puede regenerar. Y así infinidad de cambios y mejoras pensados a largo plazo y que los que nacieron en el siglo XXI han disfrutado quizás sin dimensionar cuánto esfuerzo demandó tenerlos.

Solo para los que se van luego de haberlo dado todo por décadas hasta dejarnos la ciudad que ahora tenemos.

Entonces los 16 agujeros del paseo lunar que viví recientemente no hacen justicia con esos esforzados equipos de hombres y mujeres que en las últimas tres décadas se empeñaron en poner a la ciudad bonita y eficiente, sino que muestran exactamente por qué las últimas elecciones les fueron adversas a sus líderes actuales, marcando un giro de timón que empezará sus gestiones el próximo lunes y del que los guayaquileños que amamos a nuestra ciudad no podemos esperar sino que sea exitoso.

Aplausos, no para todos por cierto. Solo para los que se van luego de haberlo dado todo por décadas hasta dejarnos la ciudad que ahora tenemos. Para quienes no sucumbieron ante la corrupción siempre latente en esferas políticas.

Y al mismo tiempo, los mejores deseos para los que llegan a administrar la tierra de Guayas y Quil, de Olmedo y Villamil, y tienen la gran oportunidad de demostrar que la ciudad puede aun ser mejor en sus manos y con su guía. (O)