Nada como despertar con el canto de los wirakchugos que parecen decirme “feliz día”. Salgo al jardín para mirarlos, porque a más de grandes músicos son hermosos. Amarillos con alas negras salpicadas de blanco. Era una pareja la que me visitaba, pero, un momento, su canto era interrumpido por el fuerte piar de un gran polluelo que pedía más y más comida. Sabía de este fenómeno, pero no lo había visto, el nido de los bellos cantores había sido parasitado por un boyero brilloso, un pájaro negro con reflejos azulados, que coloca sus huevos en los nidos de otras aves. Al nacer, el invasor acapara la atención de sus falsos padres que olvidan su nidada por alimentarlo. En ocasiones, los forzados padrastros mueren extenuados por el esfuerzo de mantener al enorme intruso.

Quisiera hablar de aves siempre, pero en estos tiempos me vuela la mente y otros temas fuerzan la parábola. Conocí en la universidad y en las andaduras periodísticas a muchos militantes de izquierda, entre los que hice numerosos amigos, a pesar de que jamás he disimulado mi adhesión política. Algunos entre ellos llegaron a ser connotados dirigentes de sus organizaciones. Casi todos tenían formación ideológica seria y eran hábiles polemistas, como siempre lo reconocí. Su sueño era el triunfo de la revolución y la construcción del socialismo, aunque discrepaban entre ellos sobre la vía para lograrlo. Esa era la nidada de la izquierda a la cual llegó, nadie sabe bien de dónde, un pájaro negro y bullicioso que colocó entre ellos un huevo impostor: la revolución ciudadana.

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Al principio, todas las aves de los distintos géneros, desde los “socialistas democráticos” hasta los maoístas, se esmeraron en alimentar al suplantador que creció rápidamente. No tardaron algunos de los más formados e inteligentes en darse cuenta del engaño y tomaron distancia. Mientras duró el régimen de Alianza PAIS se produjo una gran hemorragia con la defección de los mejores partidarios. Pero sería faltar a la verdad si no dijese que importantes cuadros permanecieron y permanecen en el nido adulterado, alimentando al desvaído polluelo de un movimiento social en el que es imposible reconocer el futuro que decían soñar. ¿Este sistema descalabrado, que no es sino el viejo mercantilismo burocratizado, al que le dieron un par de puntapiés que lo dejaron patojo pero que sigue funcionando, es el prometido socialismo del siglo XXI? Tuvieron una década con recursos ingentes y solo lograron colorear de verde flex la fachada del establecimiento. Y no podían hacer ningún cambio porque el caudillo y su camarilla no permitieron un desarrollo ideológico serio, un poco por ignorancia, pues su nivel de lectura no llega ni a los cuadernillos de divulgación, pero sobre todo porque no querían estar atados de manos por un modelo. Cuando se lo preguntaron al supremo, salió con el disparate de que eran “guevaristas”, pero ¿creen honestamente que hay algún indicio en este sentido? ¿El futuro era este lodazal de corrupción, esta situación mediocre, sucia y tercermundista? Dan pena, resultan tan patéticos como la pareja de wirakchugos intentando criar al descomunal pollo del boyero brilloso, pájaro advenedizo y oportunista. (O)