La respuesta a esta pregunta siempre termina siendo una evasión técnica y formal: se hacen revisiones de los buses, y la policía está siempre atenta a las necesidades de los ciudadanos. La realidad va por otro lado. Lo cierto es que son los conductores de autos particulares los que cumplen con esas revisiones y pagan multas cuando sus tubos de escape no funcionan. Y sobre las motos, el tema es entrar en territorio de nadie. El auge de los servicios a domicilio que favoreció la pandemia multiplicó el número de motos que se desplazan de un lado a otro de la ciudad con sus enormes cajones de reparto. Resuelven problemas para quienes no pueden desplazarse, pero no deberían crear problemas. Al ser unidades de transporte deben respetar las vías por las que se desplazan autos y buses. Ellos son un vehículo más y por lo tanto deben cumplir con las normas de circulación. Esa debería ser la norma. De nuevo, la realidad es lo contrario: al menor atolladero de tráfico, se desplazan en zigzag, abriéndose camino a como dé lugar entre los resquicios que dejan los autos parados. Es allí cuando ya no se consideran unidades de transporte, sino escurridizos y problemáticos enemigos de una circulación civilizada.

Pagar pasaje de buses por kilómetro recorrido, propuesta del alcalde electo de Quito que tiene acogida, pero hay dudas sobre implicación económica

Volvemos a la pregunta: ¿y los policías qué hacen?

Hace unos años, les preguntaba a unos amigos españoles, cómo fue posible que sus ciudadanos se volvieran individuos tan respetuosos en la conducción y todo lo vinculado a la gestión en la calle de sus autos y motos. La respuesta fue que necesitaron durante años de intensas campañas de educación, multas elevadas para los infractores y un papel muy activo de la policía. Gracias a eso consiguió un espacio de transporte ejemplar. Al menos en las zonas urbanas. Siguen con problemas en carreteras y autopistas de alta velocidad.

Para los cientos de miles de migrantes ecuatorianos que vivieron en España debió ser una sorpresa descubrir que, como peatones, al momento de pisar la calle por el paso peatonal, los autos prácticamente se detienen para cederles el paso. E incluso lejos de los pasos peatonales, si hay niños caminando por las veredas, los conductores se encargan de reducir la velocidad. Esos migrantes, al volver a Ecuador, nuevamente tuvieron que adaptarse a esta locura irrespetuosa del conductor nacional, para el cual simplemente no cumple ningún papel el paso peatonal o paso de cebra. Sí, me refiero a esas franjitas blancas colocadas poco antes de los semáforos que tienen el propósito civilizado de que las personas a pie puedan cruzar tranquilamente, y no como seres asustados que pasan a trote y casi haciendo reverencia a los conductores que les “ceden” el paso como si fuera un favor. Es aquí donde también se necesita la presencia no solo punitiva de los policías que ponen multas a los autos por infracciones obvias, sino para educar a los conductores y a los peatones del respeto que se debe tener por el paso peatonal.

Un vehículo cayó a una quebrada en Calacalí, en el norte de Quito; un herido y un fallecido dejó el accidente

Hablo sobre todo de mi experiencia en Quito. Pero no dista mucho de lo que ocurre en el resto del país. Si se pierde la esperanza de que los conductores serán educados y se preocupen por las demás personas, no queda más que recurrir a la autoridad de la policía de tránsito. Pero es que ellos también fallan. Es necesario ver de manera activa y constante a la policía de tránsito educando a los conductores, retirando de circulación a buses que evidentemente echan cortinas de humo negro por los tubos de escape, exigiendo a los motociclistas que no incurran en ese peligro permanente de estar desplazándose entre los autos a la búsqueda del menor “huequito” para pasar, es decir, cambiando de carril de manera brusca e imprudente.

Por supuesto, siguen siendo necesarias campañas de educación vial. Nunca sobran, y lo cierto es que hace tiempo no se ha visto ninguna que siga formando al conductor ecuatoriano, que tiene arraigada en la mente la idea de que estar detrás de un volante le confiere una especie de libertad para la prepotencia. Idea equivocada. Más bien, estar al volante es una exigencia de mayor responsabilidad. Los exámenes de renovación de licencias de conducir deben ser espacios no solo formales para responder preguntas técnicas aleatorias sobre la normativa, ni un mero trámite a cumplir. Debería ser el espacio para dar charlas con psicólogos y policías bien formados que remarquen la gravedad de contaminar con buses o autos, y me refiero a contaminación por gases pero también por contaminación auditiva, e incluso visual: ¿quién permite esas luces estroboscópicas para los faros, es decir, esas luces que destellan rápidamente y que tienen una gran intensidad, de manera que aturden a los otros conductores? Esa es una forma de contaminación lumínica. Así también, en esas renovaciones de licencias de conducir, proyectar videos de peatones que están aterrados para poder pasar una calle, y las atrocidades de la prepotencia de conductores irresponsables.

Lo que comento se detalla en normativas, reglamentos y recomendaciones de organismos específicos. Son las contravenciones de tránsito de tercera y cuarta clase. Están tipificadas, pero nadie controla su aplicación. El mando de la policía debería tomar este asunto como una prioridad para evitar la deplorable manera de conducir que se da en Ecuador. Se trata de una absoluta impunidad que baja la calidad de vida de las ciudades y eleva el número de accidentes y muertos. No bastan estos chequeos en redadas con un despliegue de policías. Hay que educar a los mismos policías para que cada día, cada hora, cada minuto, mientras están presentes en las calles, no solo pongan multas a infracciones mayores, sino que eduquen a los pésimos conductores, que multen a buses contaminantes, y que hagan llamados de atención a motociclistas temerarios. Deben ganarse el respeto dando ejemplo y cumplir lo que ordena su visión institucional: “Ser comprometida. Ser positiva e inspiradora”. Falta mucho para demostrarlo. Y es urgente. (O)