El año 2023 ha sido catalogado como récord en alta temperatura con un promedio global de 14,98 grados Celsius, el 2024 inició con la misma tendencia. Esto ratifica que la planificación agrícola tiene que realizarse con esa premisa básica imposible de revertir, manifestación clara y consistente del cambio climático, innegable, aunque hay unos pocos pero respetables científicos que no lo aceptan; en tanto, la mayoría cree que el origen es por el exceso de emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero. Se califica a las actividades agropecuarias como las más contaminantes, lo cual ha sido con la práctica desvirtuado en tiempo de pandemia cuando se determinó que el sector de transportes que usa combustibles fósiles es el que ocupa el nada honroso primer lugar. En todo caso, conviene precisar que los suelos son grandes captadores de CO2 en cantidades superiores a la parte frondosa de los bosques, solo superada por los océanos.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) asevera, con una aproximación del 80 %, que al ritmo que marcan las alzas de calor, entre 2024 y 2028 se rebasará la temperatura promedio global de 1,5 grados, límite señalado para ser alcanzado, según el Acuerdo de París, recién a finales del presente siglo para evitar impactos graves para el planeta. Es evidente que el aporte del pasado fenómeno El Niño al récord de calor del año 2023 fue muy significativo, expresado en una ecuación integrada por los factores del cambio climático más el fenómeno El Niño.

La ciencia ha determinado con alto grado de precisión el impacto del calor intenso en el desarrollo productivo de los cultivos y su relación con los niveles de rendimientos, reflejado en modificaciones de carácter anatómico en los órganos de las plantas y por desórdenes fisiológicos muy decidores a la hora de medir las cosechas, debemos entender que la mayoría de los vegetales exponen su sensibilidad al estrés por temperatura cuando se sale de los umbrales hacia arriba o hacia abajo, tanto que puede averiar órganos reproductivos, que superan la capacidad defensiva que todas las plantas poseen como el cierre y apertura de los estomas u orificios de entrada y salida de vapor de agua y gases, mientras se agudizan las alteraciones bioquímicas y fisiológicas que disminuyen el crecimiento y los rendimientos.

La fotosíntesis, la más relevante función, se altera significativamente al interrumpirse el flujo de dióxido de carbono indispensable para ella, el trabajo de las enzimas se reduce a la par que las tasas de transpiración bajando la cantidad de agua disponible, lo que finalmente provoca estrés hídrico. Frente a este desolador panorama, muy poco es lo que pueden ejecutar los agricultores, como proveer sombra a determinados sembríos, haciendo que no falte el riego y la destrucción de malezas que tienen ventajas de subsistencia, seleccionar los programas de fertilización y controles químicos para plagas y enfermedades. Finalmente, a nivel estatal, es indispensable la formulación de programas de mejoramiento genético para otorgar a los cultivos la necesaria resistencia al estrés hídrico y térmico, tarea para los centros de investigación. (O)