Es inevitable que cuando el calendario señala el cambio de un año a otro, pensemos también en los que se producirán en nuestras vidas, en nuestras familias, en el país y en el mundo.

En Ecuador, la posibilidad de cambios políticos está cerca.

Varios grupos ya se preparan para la campaña electoral (que durará hasta las próximas elecciones generales del 9 de febrero en Ecuador), mejor dicho, para hacer evidente lo que algunos ya están haciendo irrespetando la disposición de la ley.

Es, pues, el momento de las promesas de los candidatos (a las diferentes dignidades), a lo que la mayoría de los ciudadanos responden con entusiasmo porque, en muchos casos, prometen lo que saben que los votantes quieren oír.

Una promesa es la expresión de la voluntad de dar a alguien o hacer por él algo, con lo cual se adquiere un compromiso, una obligación o cumplimiento de lo que puede ser considerado como un pacto.

En algunos casos se consideran como un ofrecimiento solemne, equivalente a un juramento, por ejemplo, de cumplir bien los deberes de un cargo o función que se ejerce.

Se dice que las promesas son olvidadas por los príncipes, pero no por el pueblo, sin embargo, entre nosotros parece que es al revés.

Los que se sienten o aspiran a príncipes, una vez que lograron su elección no olvidan las promesas, al contrario, cuentan con que el pueblo sí las olvida y por eso a pesar de que las promesas no se cumplen las repiten campaña tras campaña.

Están convencidos de que como dice la canción “Promesas son promesas/ se borran con los años”.

Una buena educación, que estimule el pensamiento crítico y la capacidad de análisis, ayudaría a que la ciudadanía sea capaz de interrogarse e interrogar al ponente acerca de cómo se logrará el objetivo prometido y de detectar si la respuesta no encierra una desproporción entre el objetivo y los medios mencionados para lograrlo o de preguntar en cuánto tiempo se logrará lo planteado, cómo se conseguirá el financiamiento, qué pasaría si no se cumple lo programado.

Por eso hablando de promesas y tomándolas en serio es necesario que el currículo escolar incluya la educación cívica, pero no solamente como conocimiento de los textos y leyes, lo cual es necesario, sino también, del ejercicio de sus derechos y deberes ciudadanos.

También es importante que los ciudadanos aprendamos a distinguir lo prioritario de lo que no lo es, lo cual es aplicable no solo a lo político, sino también a la vida cotidiana.

Y volviendo a lo mencionado en el primer párrafo, no estaría demás que nos aseguremos de que los medios para lograr lo que aspiramos sean los adecuados para nosotros y para el grupo humano en que nos desenvolvemos. La sociedad la hacemos todos y somos partícipe de sus cambios. También de los que se propongan para el año que comenzamos. (O)