En varios sitios del país, el 2 de noviembre es una fecha para conmemorar a quienes fallecieron, y muchas veces ese recuerdo triste contagia el ambiente; en las ciudades del país, en noviembre las campanas de las iglesias doblan en honor de los que partieron y las lágrimas vuelven a surgir, junto con las oraciones a favor de los ausentes.

Pero, en Ambato, la conmemoración de difuntos se traviste en celebración. Lejos de ser un tiempo de llanto y luto, noviembre es –en Ambato– tiempo de alegría y compartir. Así, con el espíritu festivo, en los alrededores de la ciudad se instalan ferias y espectáculos populares, donde se venden artesanías de diverso tipo; hoy también se comercia con mercaderías de todo tipo.

Una vez abiertas las ferias, se produce una especie de procesión infinita, formada por las familias que recorren de lado a lado los puestos populares.

A ese tiempo –que rodea a Finados– se lo llamaba la “Navidad chiquita”, porque las familias aprovechaban las ferias para adquirir juguetes tradicionales, como las cocinas de lata, los carritos de madera, trompos o las muñecas de trapo.

En noviembre la economía tungurahuense se dinamiza, porque junto con las ferias artesanales se genera la venta de frutas para la preparación de la “colada morada”.

El consumo interno produce ingresos económicos para los vendedores de babaco, harina de maíz negro, panela, moras y frutillas. Así, la economía local se mueve gracias a las reservas de dinero que las familias gastan en esta época.

En las casas de la ciudad se hacen los preparativos para cocer la colada morada y los hornos se despiertan al ardor de la leña, que están listos para recibir las masas de trigo de las que surgirán las wawas de pan. Y, si las circunstancias lo favorecen, las abuelas transmitirán los secretos de la cocina a las nuevas generaciones y las familias se fortalecerán con conocimientos, reflexión y contacto, al calor de la comida y los recuerdos.

Así que si –en estas fechas– está triste, venga a Ambato para contagiarse de la alegría de vivir.

La celebración ambateña de Finados se extiende a todas las instituciones; se elige a reyes y reinas, que representarán el pan, la colada, el barro y –en algunos casos– la cuchara de madera. En esa ocasión, las labores se paralizan, ya que todos se involucran en la festividad. Así, la muerte con su drama y dolor, es– en tierra ambateña– un pretexto para celebrar la vida.

Esa alegría inusual –de la época de Finados ambateña– se explica por la interculturalidad de Tungurahua, donde la tradición cristiana de la misa se mezcla con la cosmovisión andina; se cree que los muertos esperan en la puerta del futuro; así, se celebra la promesa del reencuentro. En los cementerios de Salasaka, Kisapincha, Chibuleo y Santa Rosa se observa a familias que adecentan las tumbas y se dan un tiempo para compartir una comida y dejar ofrendas.

De la tradición ambateña podemos aprender que aun la muerte es una posibilidad de esperanza y unidad. Así que si –en estas fechas– está triste, venga a Ambato para contagiarse de la alegría de vivir. (O)