Es notorio que el llamado socialismo del siglo XXI ahora impulsado en la región por el chavista Nicolás Maduro es un completo fracaso como proyecto de vida. La profundización de las diferencias sociales son espantosas en esa sociedad en la que la mayoría de ciudadanos eligió no ser gobernada por el chavismo y, sin embargo, la mentira, el robo, la corrupción y la coerción de las armas siguen manteniendo un régimen que los ha dividido entre buenos y malos, en el que los malos son quienes reclaman y defienden los principios básicos de libertad y democracia, un logro de los pueblos civilizados de todo el mundo.
Con las figuras oprobiosas de los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo a la cabeza, Nicaragua es otro ejemplo de cómo se destruye un país en beneficio de una minoría que se ha autoconvencido de que socialismo significa aplastar a quien no comparte sus ideas. Quien se cree de izquierda destroza a quien considera de derecha. Pero el paradigma de que el socialismo no funciona para una vida mejor es Cuba, donde por sesenta y cinco años se viene oyendo a sus gobernantes decir, año tras año, que las cosas serán mejores próximamente. Por décadas Cuba fue el ideal que los izquierdistas mostraban como un sistema exitoso.
Todavía hoy muchos de mente estrecha siguen proponiendo que el socialismo cubano es un ejemplo de cómo se puede alcanzar la justicia, dignidad y equidad. Y, sin embargo, la vida de todos los días en la isla desmiente tal ensoñación. El guionista y director de cine Carlos D. Lechuga (nacido en 1983) ha publicado el libro Esta es tu casa, Fidel. La historia de un nieto de la Revolución (Madrid, De Conatus, 2024), en el que relata lo que ha significado vivir el socialismo por dentro desde el lado de los privilegiados, pues su abuelo llegó a ser un dirigente revolucionario que acompañó a Fidel en la llamada construcción del socialismo.
El relato empieza así: “Cuando era pequeño esperaba con ansias que mi abuelo muriera para ver si Fidel aparecía en el entierro”. En este libro, Lechuga se pregunta cómo fue posible que Fidel Castro encandilara por más de medio siglo la vida de millones de cubanos cuando las condiciones reales de sobrevivencia estuvieron plagadas de grandes contradicciones y tremendas desigualdades. Para empezar, Lechuga creció en una Cuba que estaba convencida de que la casa de cada uno era también la casa de Castro. “Durante mucho tiempo pensé que el comunismo era una bendición y que todos en la isla tenían mi nivel de vida”, dice.
Lechuga vivió en un país en el que había una voz única que decidía por todos. Una voz única que se mantenía en la mentira de la igualdad, aunque el pueblo viviera en condiciones desastrosas. Un país en el que las prédicas socialistas de igualdad solo eran para los libros de texto. Un país sin vida privada, con familias separadas y enfrentadas. Un país en que los gobernantes actuaban como una mafia. Un país convertido en “un asilo vigilado por militares”. Cuba era “Pan y circo, pero en una versión sin pan”. Los ecuatorianos de toda condición tenemos la responsabilidad de pensar bien qué tipo de futuro les ofrecemos a nuestros hijos y nietos. (O)