Desafiar al poder siempre ha sido una valiente, audaz y peligrosa acción. En ese reducido grupo está Julian Assange, un periodista que recibió de manos de Bradley Manning, un analista de inteligencia estadounidense, abundante documentación que probaba graves violaciones a los derechos humanos por parte del ejército de EE. UU. en Afganistán, Irak y Guantánamo, por guerras inútiles, con cientos de miles de víctimas asesinadas, torturadas, muchas de ellas civiles, cuyo real número se ocultó y encarcelados sin cargos por largos periodos. Assange entregó a su vez dicho material a varios de los mayores periódicos del mundo, que lo publicaron, causando conmoción universal. ¿Cómo reaccionó la mayor potencia planetaria, descubierta en sus atrocidades? No desmintiéndolas ni investigando estas como podía esperarse de un Estado obligado a respetar derechos de todos, ni atreviéndose a enjuiciar a los medios de comunicación, para no caer en evidente atentado a la libertad de expresión. No, cínicamente declaró que las revelaciones ponían en riesgo a los responsables de los crímenes. La jueza estadounidense que recién dio la libertad a Assange declaró que ninguna represalia sufrieron.

Después, los enemigos del australiano le inventaron una trama en Suecia. En la capital británica, para librarse de la persecución sueca de pantalla, pidió asilo en nuestra embajada, que le fue otorgado por evidenciarse la persecución, que ponía en riesgo su vida o su libertad, al ser extraditado a EE. UU., que al principio negó que le seguía un juicio secreto. El Reino Unido había entrado en el torvo juego, intentó entrar en la legación para arrebatar a quien destapó la olla de iniquidades y se negó a conferirle el salvoconducto para que venga a Ecuador. Mientras, siguió el juicio en su contra, hasta que le llegara la solicitud de extradición mencionada. Suecia dejó de inculparlo.

En cuanto a Manning, fue sometido a un trato degradante por los marines estadounidenses, como informó el Relator contra la Tortura de la ONU. Ya convertida en Chelsea, se la condenó por la filtración de documentos a una pena de prisión de 35 años, mas fue indultada por el entonces presidente Obama. Sin embargo, cegados por condenar a Assange, la presionan para que mienta y declare que la conminó a que obtenga la información que implicaba al ejército de ese país, a fin de poder librarse del cargo de actuar contra la libertad de expresión. Como ella sí era íntegra, se rehusó.

EE. UU. siguió contra el periodista un proceso judicial por la Ley de Espionaje, como si fuera espía. Por esa ley pretendieron encausar a Daniel Ellsberg, funcionario del Pentágono, quien descubrió documentos que probaban que varios presidentes estadounidenses habían mentido a la nación sobre la guerra de Vietnam, los entregó a la prensa, Nixon intentó impedir que se publicaran, pero finalmente la justicia lo permitió. ¡Un épico ejemplo! Dicha ley fue el martillo para procesar a Edward Snowden, quien reveló que su gobierno espiaba masivamente a los ciudadanos. ¡El mayor espía acusó de espía a Assange, la hierba del páramo, que se arranca y vuelve a crecer! (O)