Holofrase que, desde hace cinco años o un poco más, funciona para medio país como “explicación universal” de todos los males y problemas que aquejan al Ecuador en todo sentido. Expresión utilizada, con algún argumento o ninguno, por muchos ecuatorianos de diferentes orígenes sociales, económicos, ideológicos e incluso académicos para “entender la causa” de nuestro desasosiego, de la crisis que nos abruma y de la ingobernabilidad que nos caracteriza. Es el tipo de holofrase que anula el pensamiento y no soporta cuestionamiento, aunque la usen personas que presumen de intelectuales. Un artificio cómodo que ahorra la reflexión, evita el análisis y se impone como un dogma en este país dividido por la simplificación binaria del “correísmo versus anticorreísmo”. Con ello me anticipo a la eventualidad de que este pequeño escrito sea leído por los contendientes más radicales de esta dicotomía reduccionista, o bien como “el testimonio de un correísta converso”, o como “la confesión de un anticorreísta arrepentido”, según cada caso.

Cualquier ecuatoriano, incluyéndome, puede proponer su balance del gobierno de Rafael Correa, o de cualquier expresidente del país, y mi evaluación no tendría más valor que la de cualquier compatriota. Entonces, no sería justo exponer mi veredicto aquí. Pero sobre todo, considero que a medida que pasa el tiempo y se aplacan las pasiones se pueden evaluar mejor los efectos de las medidas y realizaciones gubernamentales anteriores que van más allá de las obras físicas. En otro orden, si Rafael Correa participó en actos de corrupción, solo corresponde al aparato de justicia definir su inocencia o culpabilidad. Sin embargo, en este país, la comodidad de muchos gobernantes y su evasión de responsabilidades los lleva a culpar a sus antecesores por todos los problemas actuales. En este sentido, se parecen a ciertos mecánicos de barrio o maestros plomeros, que llamados a resolver alguna emergencia nos dicen: “Chuuuta, ¿quién le hizo este trabajo anterior? ¡Pero si le han dejado fregando, pues! ¡Así no se hace esto!”.

Entonces… ¿cómo se hace? Al comienzo de cada gobierno, la novelería y la expectativa mesiánica folclóricamente ecuatorianas llevan a los ciudadanos a corear el “culpadelantecesor” que casi todos los mandatarios proponen de entrada, y a creer que el nuevo presidente sí sabe cómo se hace, hasta que llega el habitual desencanto. Debería tomar algunos años más el justipreciar si el gobierno de Rafael Correa fue “la década ganada, empatada o perdida”, igual que en todos los casos. Esto no significa que debemos abstenernos de cualquier opinión hasta después de veinte años; desde luego que ya podemos emitir un juicio, pero solo el tiempo lo validará. Por tanto, ya podemos pronunciarnos sobre la administración de Guillermo Lasso, aunque luego nos equivoquemos. Por lo pronto, me limito a compartir mi impresión sobre su estilo: supuestamente “buenito”, ambiguo, desafecto de la comunicación, de reacciones tardías, y políticamente inhábil, aunque muy tolerante con las opiniones adversas y diferentes, tan tolerante que “se le cargan”. En las antípodas del estilo de Rafael Correa. (O)