Una aprobación automática significa que un estudiante –independientemente de si adquiere o no una competencia– es promocionado al nivel educativo que le corresponde a su edad. La aprobación automática fue una medida extendida en varios países a raíz de los análisis derivados de la Cumbre Mundial a Favor de la Infancia (1990); la decisión se sustentó en estudios de las décadas anteriores a los noventa, que mostraron que quienes reprobaban eran parte de grupos sociales con carencias y que reprobarlos añadía afectación a la salud mental.

Luego de tres décadas, se cuenta con nuevos hallazgos que señalan que las medidas de aprobación automática no fueron beneficiosas y sus resultados merecen leerse. Por ejemplo, el volumen 23 de la Revista de innovaciones educativas de Costa Rica (2021) publicó una investigación sobre los efectos de la promoción educativa automática; en sus conclusiones señaló que “la promoción automática y la retención escolar no son estrategias efectivas (…). Y pueden desencadenar deficiencias académicas o baja autoestima en los estudiantes” (p. 175).

En Ecuador la situación merece más estudio. Por un lado, rige la aprobación educativa automática para estudiantes que cursan hasta octavo año de educación general básica. Por otro, cada vez más se discute el tema de la calidad educativa, y en esa búsqueda se implementaron mecanismos como los exámenes supletorios y de aplazamiento. En estos últimos años, los exámenes remediales y de gracia; no obstante, parece que el problema no está en la evaluación, sino en el proceso y las condiciones de aprendizaje.

Vivimos en una sociedad que le da demasiada importancia a las “buenas calificaciones” y que avergüenza a quienes no las alcanzan. Sin embargo, las calificaciones siempre serán relativas; pero son una oportunidad de aprender. Pero, en lo cotidiano, todas las familias vivimos una paradoja. Por un lado, queremos que nuestros hijos aprendan y, por otro, nos negamos a aceptar que sean reprobados, pues le tememos al señalamiento social.

Vivimos en una sociedad que le da demasiada importancia a las “buenas calificaciones”...

Si bien todos esperamos que la escuela entregue suficientes oportunidades de aprendizaje, esperamos mucho de una institución que no puede ser la única responsable de los logros de la gente. El aprendizaje es un producto social y comunitario complejo, como lo demostró David Ausubel.

Particularmente, donde hay sistemas educativos restringidos, con pocas horas efectivas (media jornada), es decir, horarios de 07:00 a 13:00, se requiere el apoyo de las familias y las ciudades. No obstante, el acompañar a los hijos en las tareas escolares no es una labor fácil para familias cuyos progenitores trabajan y sus pequeños queda solos en casa a expensas de sus decisiones.

En sociedades donde lo que cuenta es la apariencia, las calificaciones deficientes son como un estigma y los exámenes se convierten en la guillotina espiritual para los aprendices. De ahí que se viva ese doble estándar. Esperamos calidad, pero nadie quiere una evaluación rigurosa. Es hora de dejar de menospreciar las bajas calificaciones y verlas como una oportunidad para “aprender en serio” y apoyar a los pequeños en el logro de aprendizajes. (O)