La democracia en América Latina ha experimentado, a lo largo de su historia, periodos tanto de turbulencia como de apogeo. A largo plazo, es posible identificar algunos patrones comunes. Por ejemplo, tras la caída de las dictaduras en el Cono Sur y los procesos de paz en Centroamérica, se observó la emergencia de Gobiernos elegidos mediante procesos relativamente transparentes. La primera década del siglo XXI, especialmente en Sudamérica, estuvo marcada por la bonanza económica de muchos países, lo que coincidió con el surgimiento de Gobiernos de izquierda y de derecha que disfrutaron de gran legitimidad.

Sin embargo, las instituciones democráticas de la región no lograron consolidarse completamente. Cuando estalló la burbuja inmobiliaria en el Atlántico Norte y la economía global dejó de expandirse, los problemas políticos en América Latina se agudizaron. El caso más dramático fue el de Venezuela, cuya economía se desplomó incluso antes de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Este país, junto con Nicaragua, cerró los espacios de participación política y eliminó cualquier posibilidad de competencia justa para la oposición. Pero estas no fueron las únicas crisis. En Perú, tras la caída de Fujimori, se sucedieron nueve Gobiernos distintos, sin que ninguno de sus presidentes haya dejado el cargo sin enfrentar procesos judiciales o haber sido encarcelado. En Brasil, Lula fue apresado, su sucesora fue destituida, y se neutralizó un intento de desconocer los resultados electorales. En Ecuador, se depusieron tres presidentes y se implementaron cuatro constituciones desde el retorno a la democracia. En Centroamérica, varios presidentes han sido acusados de cooperar con el narcotráfico. Así, las crisis políticas que generan inestabilidad son la norma en la región, siendo la excepción sociedades como la uruguaya, donde las transiciones institucionales ocurren con normalidad.

La fragilidad de la democracia latinoamericana, consecuencia de la vulnerabilidad económica de la región en esta etapa de la globalización, ha impactado negativamente en todas las organizaciones internacionales de carácter regional, erosionándolas. La OEA, por ejemplo, no solo ha perdido miembros, sino que, en lugar de convertirse en un espacio de concertación, se ha transformado en un campo de batalla retórico que le ha restado incidencia y capacidad para gestionar, no solo una, sino todas las crisis políticas del hemisferio. Las propuestas regionales de la primera década de este siglo, que en su momento parecían tener un gran potencial, atraviesan ahora momentos de posible extinción. Unasur, una excelente iniciativa impulsada por el Brasil de FH Cardoso y llevada a cabo por Lula, se encuentra desarticulada y sin expectativas de renacimiento a corto plazo. La Celac, el único espacio de diálogo y eventual concertación de políticas entre todas las subregiones de América Latina y el Caribe está en grave riesgo debido a los constantes enfrentamientos entre Gobiernos y a la debilidad en el manejo político de este espacio, especialmente en el último año. La capacidad internacional de América Latina se encuentra muy debilitada en la actualidad, entre otras razones, porque la democracia está en un estado de animación suspendida. (O)