Finalmente, habrá juicio. Por encima de las causas y de los procedimientos, se impuso la voluntad de quienes buscan el derrocamiento de Guillermo Lasso. Para sortear las normas han hurgado en esa inagotable veta que son las carencias del Gobierno y han sacado a relucir las penurias históricamente acumuladas. Alejándose de la engorrosa lógica y de la cronología, le han endosado malos manejos que se produjeron en períodos anteriores y han ocultado sus propias acciones, que configuran precisamente en los delitos que le atribuyen a Lasso. Sueltos de cuerpo han asegurado que no importan las pruebas y que tampoco se debe acoger el dictamen de la Corte Constitucional porque se trata de un juicio político y, en última instancia, porque el pueblo tiene hambre.

La decisión alcanzada con 88 votos pone nuevamente sobre la mesa los cuatro escenarios previstos anteriormente. El primero de estos es la destitución del presidente. Se produciría por el interés de los asambleístas más mediocres de la historia nacional por conservar su puesto con la nada despreciable remuneración y las puertas abiertas a no santas negociaciones. Por tanto, es altamente probable, siempre que el presidente no se les adelante con la disolución de la Asamblea, que constituye el segundo escenario. Este tiene más probabilidades que el anterior, porque el presidente y su hábil ministro de Gobierno no pueden confiar en el comportamiento que tendrían los 21 que se ausentaron y los 5 que se abstuvieron. Cualquier negociación con ellos sería muy costosa (en todo el sentido de la palabra) y no estaría asegurada hasta que concluya la votación, cuando ya no haya nada que hacer. El vídeo que circuló el jueves, en el que subliminalmente el presidente le recuerda al país que tiene la facultad de mandar a su casa a los asambleístas, da más solidez a esta probabilidad.

Todos estos escenarios abren un enorme signo de interrogación sobre lo que vendría después.

El tercer escenario es la continuación de Lasso por falta de votos para su destitución. Este es muy improbable y solo podría producirse si él hiciera gala de ingenuidad y dejara que esa votación se realice. El cuarto es que la posible destitución alcance también al vicepresidente, como lo han sugerido las cabezas más afiebradas de la Asamblea. Pero, aunque vivimos en el reino del absurdo, no parece posible llegar a tanto.

Todos estos escenarios abren un enorme signo de interrogación sobre lo que vendría después. Se podría pensar que el menos traumático sería el de la continuidad de Lasso, pero contra esa percepción está la realidad de un presidente que, a pesar de su debilidad, consideraría que su permanencia es una señal de apoyo a su gestión y no emprendería en el viraje que urgentemente requiere el país. La disolución de la Asamblea, por el contrario, aparece en principio como el más complejo, que enviaría un mensaje negativo a los agentes económicos, especialmente a los organismos multilaterales de crédito. Pero, comparativamente con las situaciones que se abrirían con los otros escenarios, este es el único que ofrece las posibilidades para la apertura a alianzas de Gobierno que lleven a la redefinición del rumbo. La facultad constitucional de gobernar por decreto (solo los de carácter económico requieren el visto bueno de la Corte Constitucional) es un aliciente para cualquier gobierno. Al fin y al cabo, no fue por azar que el correísmo hubiera incluido esta forma de dictadura constitucional en el texto que tenía clara dedicatoria. (O)