La incertidumbre conspira contra la vida, arruina las ilusiones, daña los negocios y pervierte la economía. A algunos les impulsa a migrar, a irse por otros rumbos tras mejores perspectivas, en donde el odio, los prejuicios y las tácticas políticas no tengan tanta fuerza como acá.

Tengo la impresión, y a veces la certeza, de que la enormidad de leyes que se expiden, los proyectos que se discuten, las teorías que toman fuerza por la constante desinformación, lo que buscan, en realidad, es complicar la vida, enredar las actividades y menoscabar las posibilidades de tener éxito en lo que se emprende.

Leyes que satanizan y condicionan los derechos, que generan sistemas arbitrarios, saturados de permisos, infracciones y sanciones, leyes que dotan de capacidad regulatoria ilimitada a la burocracia, que inducen a la proliferación de “políticas públicas”, en las que se encapsulan poderes escondidos para “rediseñar” la sociedad, modificar las costumbres, borrar las tradiciones e inventar métodos que hagan de la sociedad un rebaño de sumisos.

Leyes que han complicado el régimen laboral hasta lo absurdo, que propician apreciaciones subjetivas y poderes discrecionales. Reglamentos, regulaciones que forman un verdadero sistema de impedimentos, castigos e indemnizaciones. Poderes de juzgamiento y capacidad normativa que se atribuyen a ministerios, burócratas y a una infinidad de instancias que hacen del poder un régimen de dominación.

Esto no es un Estado de derecho. Es un régimen dispensador de autorizaciones, codificador de amenazas y de toda clase de trámites que generan desaliento y crecientes posibilidades de corrupción. Este es un sistema donde el poder no le corresponde a esa entelequia que llaman “pueblo”. Les corresponde a los partidos, a los ideólogos y políticos, a los gestores y cabilderos. Aquí, el éxito no está en producir bienes o en prestar servicios. Está en fabricar leyes, especular con doctrinas, hacer discursos, propiciar absurdos que se venden como soluciones, con la serpiente escondida entre la palabrería que encubre las verdaderas intenciones.

Me temo que la idea sea, efectivamente, dificultar la vida, generar incertidumbre para acentuar la dependencia de la autoridad, para que “el Estado sea la solución”, para que el secreto del porvenir no sea la productividad. Que sea la sumisión, así se aseguran clientelas en el recurrente método de las elecciones. Así se mantiene encendido el espectáculo.

Se habla de libertades, pero, cuando exploro el sistema legal (ordenamiento jurídico le llaman), concluyo que el sistema es una negación sistemática de las libertades, un galimatías de doctrinas, declaraciones y reglas que en nada favorecen a las libertades ni a los derechos, y por cierto, tampoco a la iniciativa ni a la creatividad.

Por acá, pensar y producir es malo. Es un atrevimiento salirse de las pautas que ordenan las ideologías de moda y que garantizan la vigencia de un régimen que de republicano solo tiene el nombre, porque, en realidad, es un sistema que avanza a paso firme hacia el totalitarismo. (O)