Mamá era liberal radical; papá, conservador, curuchupa de cepa. Mamá era más creyente y menos cuestionadora de la Iglesia que papá; de hecho, fue él quien un domingo, mientras se quitaba la corbata, dijo: Esto es una farsa. Y nunca volvió a oír misa. Papá admiraba la obra de García Moreno y no se perdía un discurso de Velasco Ibarra; mamá los odiaba a ambos con todas sus fuerzas: García Moreno había ordenado la muerte de su bisabuelo, el general Manuel Tomás Maldonado; y Velasco Ibarra había botado a mi abuelo de la Gobernación de Cotopaxi, según decía, con la sentencia de A Maldonado, ni agua.
Papá contaba, muerto de risa, la picardía de mamá cuando él había enseñado a los campesinos del Allpa Mallag a firmar su nombre para que votaran por Camilo Ponce; mientras que mamá los había aleccionado para que lo hicieran por Carlos Guevara Moreno, y ellos la obedecieron. A veces tenían largas conversaciones en las que cada cual defendía su postura, pero nunca los oí insultarse o decirse Es que te falta ácido fólico, expresión usada incansablemente en las redes en estos días poselectorales.
Hoy por hoy, nadie respeta al que piensa diferente: o eres un borrego o eres un lassie, o eres un bruto, pero del insulto no se salva ni Dios. Y queda claro que cuando no hay ideas llega el insulto; cuando el raciocinio se ha ido de vacaciones llega el insulto; cuando el ácido fólico escasea, llega el insulto como única respuesta.
Honestamente, no entiendo por qué han sorprendido tanto los resultados. ¿Es que somos incapaces de entender que esos resultados son un ¡BASTA! dicho a todo pulmón? Basta a tanta injusticia; a tanta pobreza o, mejor dicho, a tanta riqueza mal repartida; a tanto dolor. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, decía la abuela. Pero estos males nuestros pasaron hace rato la centena.
¿No será hora, ecuatorianos, de usar el poco ácido fólico que nos queda y empezar a trabajar juntos, sin odios?
Me imagino la consulta como una candidata a Miss Universo: pongamos una chica muy linda que se postula cuando los rollitos en su cintura se desbordan irrefrenables, se le ha roto un diente al comerse enérgicamente una almendra y su último experimento en la peluquería fue el corte abanico. Candidatizarse en su peor momento será una pésima decisión. De la pérdida horrorosa no la salvará nadie. Y bueno, si eso fue lo que hizo el Gobierno, ¿qué más que un rotundo no se podía esperar?
Todo es triste, pero yo prefiero reír que llorar. En estos momentos absurdos de intolerancia obsesiva y total, solo el humor me salva, me da fuerzas para trabajar y para vivir. Porque es difícil vivir con tanto desencanto, con tanto desobligo, con tanta náusea. Yo prefiero reír que llorar, porque si empiezo a llorar no seguiría las instrucciones de Julio Cortázar: “Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza…”. No, qué va, yo lloraría a gritos; lloraría, como dice Huilo Ruales en alguno de sus exquisitos textos, por baldes; lloraría baldemente.
¿No será hora, ecuatorianos, de usar el poco ácido fólico que nos queda y empezar a trabajar juntos, sin odios? (O)