Nuevamente escribo antes de una elección presidencial. ¿Cuál candidato ganará? ¿Se reconocerá la derrota? ¿Habrá acusaciones de fraude? ¿Se calentarán las calles? ¿Qué futuro tendremos?

Mucha incertidumbre cuando es claro lo que queremos: un buen gobierno; no solo un liderazgo probo, inspirador y estratégico, sino estructuras e instituciones públicas sólidas que nos den confianza para creer que es posible superar los problemas que nos abruman.

Ganar con el 99,1 %

Sí, necesitamos confianza porque, como señalan S. Grundberger y Á. Arellano, en Latinoamérica en su laberinto (DP, 2023), esta ha decaído en las instituciones y elecciones; la tolerancia a posibles golpes de Estado se ha incrementado; y el populismo autoritario ha ganado espacio. Solo el 7 % de la población mundial vive en democracias plenas, según el Índice de Democracia (EIU, 2025).

La paradoja, indica el PNUD en Gobernanza democrática, gobernanza efectiva y desigualdad en América Latina (2025), es que la igualdad política que asume “una persona, un voto” se contradice con la desigualdad de ingresos de la mayoría. La incongruencia retrata un apuro de la democracia liberal pero no deriva siempre en autoritarismo; la democracia es hoy más resiliente.

Fatiga del cambio

F. Fukuyama y otros, en Delivering for Democracy: Why Results Matter, explican que los votantes pierden la fe en gobiernos democráticos que incumplen su promesa de entregar bienes y servicios oportunos. Varios estudios vinculan esta pérdida con el descontento económico (p. ej. Francia, Alemania); la confianza es más alta en países autoritarios que crecen e invierten rápidamente, como China, Singapur o Emiratos Árabes (Journal of Democracy, 04/25).

En entrevista de la CAF a S. L. Mazzuca (https://red20.caf.com/lideres/sebastian-lucas-mazzuca/) sobre la incapacidad estatal de América Latina para resolver las crisis, él sostiene que, si bien la región vive en democracia a partir de la caída de las dictaduras, no ha desarrollado Estados capaces de proveer bienes públicos, lo que sí hicieron países avanzados. Califica el hecho como trampa de calidad mediocre: Estados poco eficientes que retroalimentan democracias de baja calidad. Y viceversa.

Para Mazzuca, un régimen puede ser democrático y el Estado, patrimonialista, capturado por grupos económicos, políticos y criminales. Así, un mandatario no puede cumplir sus promesas sin un Estado capaz de producir bienes públicos. No se puede dar por sentado que tal capacidad existe; hay que desarrollarla. Además, las regiones de un país son heterogéneas, dificultando que el Estado y gobiernos locales lleguen a todos los rincones de forma óptima, más aún en zonas sin ley ni orden. Por tanto, hay que romper esa traba: “En el siglo XIX, el gran logro, la gran conquista, fue la independencia; en el siglo XX, la democracia; y en el siglo XXI, deberían ser los Estados eficientes”.

Esperamos que el nuevo gobierno ubique en qué punto del recorrido hacia la gobernanza democrática y eficiencia estatal nos encontramos y, a pasos avanzados, construirlas con la participación de todos los sectores y el apoyo de otros países y organismos internacionales. ¡Vamos, Ecuador! (O)