La facilidad con que se atribuyen las ganancias o pérdidas de guerras a Dios de parte del ganador siempre ha sido para mí un motivo de asombro. Cuando hay un ganador, también hay un perdedor. Y se supone que Dios está de acuerdo y propicia o ayuda a muertes de seres humanos y destrucción en el campo enemigo. Todos oran. Todos dicen que Dios está con ellos. Y Dios, si aún camina entre nosotros, debe llorar de impotencia. ¿Un Dios guerrero enfrentado a un Dios impotente… que hemos hecho? En esa ecuación, ¿dónde está tu hermano?, una de las primeras preguntas del Génesis cobra toda su vigencia. En qué momento el Dios de la vida lo hemos convertido en señor de la muerte de los otros…
Los seres humanos buscamos protectores y convertimos la fe en amuleto. Algo a lo que poder arroparnos, sostenernos. El Ejército de Perú tiene como mariscala patrona de armas a la Virgen de la Merced y el Ejército del Ecuador como patrona y generalísima del Ejército ecuatoriano a la misma advocación de la Virgen; menudo lío en las guerras limítrofes entre ambos países… ¿Ese desdoblamiento mariano depende del grado que los ejércitos le han otorgado?
Ese extravío no es nuevo. Las cruzadas, la Inquisición, el terrorismo suicida, las guerras santas, los gobiernos teocráticos: son demostración de la fe que se vuelve fanatismo. El mensaje original –justicia, compasión, unidad, alegría– fue reducido a consignas, eslóganes, misiles, bombas, drones y guerras cibernéticas... Judaísmo, islam y cristianismo, ramas de una misma raíz, invocan al mismo Dios con distintos nombres, y lo usan para justificar odios, conquistas, guerras, matanzas y exterminios. Y aun más grave si, a los por ahora parcialmente vencedores de la guerra, unos países los proponen como candidatos para el premio Nobel de la Paz. Pakistán ha propuesto a Trump para esa distinción. Pocas veces se han dado propuestas tan aberrantes.
Pero no es Dios quien ordena matar. Son seres humanos vestidos de poder, que se arrogan el derecho de hablar en su nombre. Esas guerras nacen de la ambición. La religión se vuelve excusa, instrumento, escudo para justificar lo injustificable. Y la paz sigue siendo considerada casi como una ingenuidad, un adorno para tiempos de bonanza, un deporte de lujo para entretener a seres aburridos. Las Naciones Unidas no se oyen y menos se espera de ellas una intervención eficaz.
La paz es fruto, consecuencia, de la justicia, de la equidad. Es tarea a mantener siempre, es construcción, es respeto, asombro, entendimiento y dolor frente a lo injustificable. Es estar expuesto a los peligros de los que atacan, extorsionan y matan, para sostener propuestas constructivas de las organizaciones y personas que se la juegan para que se pueda vivir con lo necesario y sin miedo. Es estar dispuesto a hacer lo que corresponde para que esa realidad sea palpable y vivida por todos.
En nuestro amado país esa tarea nos expone a múltiples peligros, a seres humanos que adoran la santa muerte y festejan con trago, mariachis y baile cuando uno de sus miembros es ejecutado, es la locura colectiva, el extravío total.
Saldremos juntos si mantenemos los valores básicos de nuestro convivir equidad, reconocimiento, respeto y unidad en la diversidad. (O)